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hoy y mañana - DSpace CEU

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El toreo se ha salvado y la bandera nacional puede ondear con orgullo<br />

sobre las modernas plazas de toros.<br />

Pero doña Ruperta no lo creía así, y salió disgustada de la plaza, diciéndole<br />

á su hijo que quería volverse cuanto antes á su pueblo, porque<br />

era ya demasiado vieja para empezar á vivir de distinto modo de como<br />

había vivido hasta entonces, y que no le quedaba más que ver sino que<br />

ya ni las corridas de toros eran lo que antes.<br />

Y sí que la quedaba más que ver, allí mismo donde creía que todo lo<br />

había visto y á propósito de las corridas de toros; porque, apartándose de<br />

sus compañeros y corriendo á un puesto de naranjas hermosísimas que<br />

había á la puerta de la plaza para comprar un par de ellas, al tomar la<br />

primera en la mano se quedó helada de espanto. Habíase enamorado de<br />

ellas porque la más chica era casi tan grande como un melón pequeño,<br />

y sin embargo, la mayor de todas pesaba menos que una guinda.<br />

—¿Pero de qué son estas naranjas?—preguntó sorprendida.<br />

—¿De qué han de ser?—replicó la naranjera, de lo que son todas las<br />

que se arrojan á la plaza: de goma elástica. Pero más sutiles ni mejor<br />

hechas no las hallaréis en ninguna otra parte.<br />

—¡Pero, Dios mío, tampoco esto es verdad!—exclamó doña Ruperta<br />

volviéndose hacia el fabricante de agua de Colonia.<br />

El cual sonriéndose contestó:<br />

—¡Qué queréis, señora! Era preciso transigir entre la manía del público,<br />

que cree que no hay fiesta de toros si no arroja naranjas á los malos lidiadores,<br />

y la vida de éstos, que estaba siempre expuesta cuando se tiraban<br />

á la plaza frutas verdaderas. Pero están bien hechas, ¿no es verdad? Cualquiera<br />

diría que son naturales.<br />

—Lo que yo digo—repuso doña Ruperta amostazada—es que aquí no<br />

hay naturalidad en nada.<br />

Y volviéndose á su hijo, añadió:<br />

—Mira, Venancio, en cuanto lleguemos al hotel hay que avisar á la<br />

estación del ferrocarril para que, si no han tocado los muebles, los dejen<br />

conforme están, porque yo pasaré aquí cuatro ó seis días, lo que tú quieras,<br />

pero no me quedo á vivir en la corte aunque me hagan reina.<br />

—Ya lo pensaremos despacio—dijo el hidalgo extremeño haciendo una<br />

caricia á su madre.<br />

—Tú harás lo que quieras, pero yo me marcho.<br />

—¿Pero por qué os habéis de marchar tan pronto?—le dijo Safo con<br />

acento de verdadera ternura.<br />

—Por nada—interrumpió el fabricante sonriendo,—porque ha visto<br />

que las naranjas que vende esa mujer son de goma<br />

—No es precisamente por eso, amigo mío, no sea usted exagerado. Es

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