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hoy y mañana - DSpace CEU

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Sin detenerse á comprar ninguna de esas obras ni fijar su atención en<br />

los títulos de otras análogas que pregonaban por todas partes, llegó Venancio<br />

á casa de Safo cuando aún faltaban quince minutos para la hora<br />

de la cita.<br />

No tuvo necesidad de sacar el reloj del bolsillo, porque el corazón<br />

saltándole dentro del pecho le anunció que aún estaba en casa la señora<br />

de sus pensamientos, y sin saludar á la portera, que como de costumbre<br />

trabajaba en el gran padrón de la estadística vecinal, llegó á la presencia<br />

de Safo; la cual, si en la primera visita se le apareció de una manera extravagante<br />

y romántica, en esta ocasión le dejó completamente aturdido<br />

y maravillado.<br />

Después que el joven extremeño hubo entrado en la antesala y recibido<br />

en ella el saludo de una doncella honoraria, atravesó la sala de armas, y<br />

al cruzar con paso resuelto el salón gimnástico, donde no vio persona alguna,<br />

oyó detrás de sí una voz dulcísima que le dijo:<br />

—Así me gustan á mí los hombres.<br />

Volvió la cabeza y no vio á nadie; pero el corazón le hizo alzarlos ojos<br />

al cielo, y allí, suspendida en el aire, en actitud verdaderamente angélica,<br />

vio lo único que le faltaba ver para cegar por completo.<br />

Apoyada la mano izquierda en una argolla y sujeto el pie derecho en<br />

otra, ambas pendientes del techo, la presidenta de la Filosofía Socialista,<br />

la mujer que doce horas antes había producido una manifestación<br />

popular de las más trascendentales, parecía un ángel cayendo por primera<br />

vez desde el cielo á la tierra. Y lo parecía con tanta más razón cuanto<br />

que, gracias á las licencias poéticas que Horacio reconoció en los pintores<br />

y en los poetas, han logrado los ángeles andar menos á la ligera de lo que<br />

anduvieron por el paraíso, y como los escultores destajistas de los siglos<br />

xviii y principios del xix los vistieron de caballeros particulares<br />

con botas de montar y espolines, ni siquiera este último requisito faltaba<br />

á nuestra celebérrima poetisa. Menos las alas, y aún podía suponerse que<br />

las tenía porque estaba pegada al techo, gracias á las argollas y al trapecio,<br />

toda la figura de Safo recordaba la del Arcángel San Rafael acabada<br />

de salir de las manos de uno de aquellos infatigables tallistas que, sin<br />

otra recompensa que el vestido y la comida, hacían santos á jornal en el<br />

claustro de un convento.<br />

Venancio quedó como petrificado ante aquella hermosísima visión, y<br />

sin darse cuenta de lo que hacía, alzó los brazos al techo para recibir en<br />

ellos el cuerpo de su amada, á tiempo que ésta se descolgó por una cuerda<br />

con una agilidad digna del más experimentado grumete.<br />

En su mano, un tanto amoratada y más de un tanto crecida por el<br />

violento ejercicio que acababa de hacer, recibió un ósculo de amor del

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