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hoy y mañana - DSpace CEU

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—Pero esto es algo más que charlatanería, porque se habla de sus cenizas.<br />

—Sí, señora, se dice que están en tal ó cual cementerio, como en las<br />

demás estatuas y monumentos que veréis en todas las calles y plazas de<br />

la corte.<br />

—¿Y cómo se consiente semejante profanación?<br />

—Al contrario, aquí no hay profanación ninguna. Precisamente creo<br />

que de este modo se evita que los cementerios sean lugar de romerías y<br />

de vanidades, impropias de la mansión del silencio y de la humildad. Figuraos<br />

que esta disposición se adoptó para atender á dos necesidades á<br />

cual más apremiantes. Era tal el lujo que se había introducido en los cementerios,<br />

que nuestros legisladores, recordando las antiguas leyes suntuarias,<br />

pensaron en aplicarlas á los campos santos, prohibiendo que en<br />

ellos se pudieran alzar mausoleos de ninguna clase, y autorizando á la<br />

vez á las familias de los difuntos para que delante de sus casas, en las<br />

plazas y en los paseos pudiesen erigir estatuas ó monumentos conmemoratorios.<br />

De este modo se ha logrado, como os he dicho antes, dos cosas:<br />

la primera, llevar la igualdad social hasta el último extremo, más allá de<br />

la tumba; y la segunda, dotar á Madrid de estatuas y de monumentos públicos,<br />

que era una cosa que con razón echaban de menos las generaciones<br />

pasadas. Ya veis—añadió Safo—cómo esta desamortización de las<br />

obras de arte, que antes estaban monopolizadas por los cementerios, ha<br />

sido una gran medida de ornato público.<br />

—¿Quién lo duda?—repuso el fabricante, tomando parte en la conversación.—Si<br />

esto se hubiera hecho cien años atrás, las calles de Madrid<br />

serían el primer museo de escultura del mundo. Y por medio de estatuas,<br />

de bustos ó de bajos relieves, las generaciones pasadas vivirían en efigie<br />

como están viviendo en espíritu.<br />

—Venancio—dijo doña Iiuperta alterada,—toma un coche y que nos<br />

lleve al hotel.<br />

—¿Está usted mala?—le preguntó cariñosamente su hijo.<br />

—No me siento buena; pero me pondré bien si me marcho esta misma<br />

noche de Madrid.<br />

—¡Que disparate!—exclamó Venancio.—Si está usted mala, lo primero<br />

es curarse y luego nos pondremos en camino.<br />

—No, hijo mío, mi única curación está en mi lugar. Tú eres joven y<br />

podrás acostumbrarte á esta vida; yo no quiero vivir aquí una hora más.<br />

Agradezco infinito las atenciones y el cariño de esta señorita y de este<br />

caballero; pero si continuase en Madrid un día más, tengo por muy seguro<br />

que me moriría.<br />

El acento con que doña Ruperta pronunció estas palabras revelaba

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