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hoy y mañana - DSpace CEU

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Y selló estas palabras con un beso de amor tan ardiente en aquellas<br />

manos que acababan de amasar la mezcla frigorífica, que Safo sintió el<br />

calor en las mejillas y bajó la vista, como AYER la bajaron y HOY la bajan<br />

y siempre la bajarán las mujeres ruborizadas.<br />

Norma, que á pesar do tener la misma edad que Safo y estar educada<br />

en el mismo colegio y observar idénticas costumbres, sabía mejor que la<br />

otra dónde le apretaba el corazón, se sonrió maliciosamente, como si allá<br />

en sus adentros hubiera dicho «ya picó el pez;» y aparentando estar ocupada<br />

en guardar los botes en la mochila de la doncella, miró de reojo á<br />

los dos amantes, y vio lo que ve el que tiene la vista buena para el caso,<br />

en el punto en que se encuentran por primera vez las miradas de dos<br />

enamorados: una chispa eléctrica que dura menos que la claridad de un<br />

relámpago, y que como éste ni se sabe de dónde viene ni adonde se ha ido.<br />

En cuanto á Venancio, como parte interesada, no hay para qué decir<br />

si advirtió aquel rubor y comprendió todo lo que significaba, porque no<br />

sólo respondió bajando la vista y tiñendo de carmín sus mejillas, sino<br />

que sus labios hicieron traición al pecho, diciendo en voz alta:<br />

—¡Gracias á Dios!<br />

—¿De qué?—preguntó Norma sonriendo.<br />

—De nada—repuso Venancio;—de que he vuelto á la vida con vuestro<br />

auxilio.<br />

—Y el de mi querida amiga—interrumpió Norma.—¿No es verdad?—<br />

añadió dirigiéndose á Safo.<br />

—Sí—respondió ésta secamente.<br />

Y volvió á quedar distraída, alzando los ojos de vez en cuando y<br />

siempre con disimulo para mirar á Venancio, del cual modestamente se<br />

había apartado un trecho.<br />

Lo que pasaba en aquellos momentos en el corazón de la joven filósofa<br />

socialista es algo difícil de comprender, por más que parezca sencillo de<br />

explicar. La más lega de vosotras en materias de amor, lectoras queridísimas,<br />

habría advertido lo que advirtió Norma, y si una por una os preguntara<br />

á todas los síntomas de la enfermedad que padecía la literata, estaríais<br />

contestes y unánimes en decirme que el corazón andaba hecho un<br />

loco, dando saltos gimnásticos dentro del pecho; que la cabeza se le ardía<br />

mientras se le helaban las extremidades, y que cuanto más se abanicaba<br />

los ojos con las pestañas, con mayor fuerza prendía el fuego que acababa<br />

de encender en su mirada. Y si á eso se añade el temblor nervioso que<br />

creeríais sentir en la ropa que cubría sus carnes, me añadiríais una porción<br />

de detalles que sobrarían para hacer un completo diagnóstico de esa<br />

afección moral, que los maestros de la filosofía del corazón colocan á la<br />

cabeza de todas las pasiones. Pero á mí, que bien puedo decirlo sin lasti-

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