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hoy y mañana - DSpace CEU

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He aquí, lector, lo que ha pasado siempre y lo que amenaza seguir<br />

pasando, mientras el hombre tenga la virtud ó la flaqueza, que no seré<br />

yo quien califique esta cualidad, de erigirse en superior de sus semejantes,<br />

dándose aires de autoridad con ellos, aunque para obrar así le sea<br />

preciso invocar títulos ajenos, coger autoridad prestada y pavonearse con<br />

glorias de otros.<br />

No hay nada que enorgullezca tanto al hombre como saber lo que<br />

otros ignoran, ser el primero en adivinar una cosa por insignificante que<br />

ella sea, y en suma, sentirse con alguna superioridad sobre los demás<br />

hombres. El que sabiendo el nombre del autor de la comedia, está en el<br />

teatro al lado de otro que lo ignora; el que enseña el camino recto al viajero<br />

extraviado; el que conoce la manera do usar un instrumento mecánico,<br />

y el que por casualidad posee un reloj exacto que le permite decir con<br />

seguridad la hora á los que carecen de esa máquina, son cuatro sabios más<br />

orgullosos y más satisfechos de sí mismos que el poeta y el ingeniero y<br />

el mecánico y el fabricante del reloj. Hacen suyas con admirable frescura<br />

las glorias do aquellos hombres, sin más razón que la de haber sido los<br />

primeros en conocer sus obras, y se envidian á sí mismos, á medida que<br />

creen causar la envidia de los demás.<br />

Gran partido se ha sacado en tus tiempos, lector, de esta (ya me atrevo<br />

á llamarla por su nombre) miseria humana. En política, en literatura,<br />

en industria y sobre todo en negocios mercantiles se ha hecho de ella<br />

muchas aplicaciones. El ministro que sabe dónde le aprieta el zapato á<br />

la humanidad, antes de presentar á las Cortes un proyecto de ley, se le<br />

enseña reservadamente y en son de consulta al jefe de la oposición para<br />

que ésta sea más templada; el autor dramático lee su obra al crítico más<br />

empedernido antes de ponerla en escena, suplicándole que le diga con<br />

franqueza su opinión, y no se inaugura una obra pública sin que el contratista<br />

cuide de convidar á los periodistas para que, después de estrechar<br />

con él la amistad en los postres, le digan al público imparcialmente su<br />

opinión.<br />

Á Venancio no le habían adulado ni el contratista del hospital ni el<br />

del manicomio, sino que le había costado su dinero el entrar en ambos<br />

establecimientos; pero sólo por la superioridad que le daba sobre su madre<br />

el haberlos visto antes que ella, hizo elogios del uno y del otro, como<br />

si hubiera sido un cicerone pagado al efecto.<br />

Y otro tanto le pasaba con cuantas cosas veían. Doña Ruperta censuraba<br />

la mayor parte de ellas, ó por no comprenderlas ó por considerarlas<br />

exageradas y hasta perjudiciales, y Venancio, á quien le habían parecido<br />

lo mismo cuando las vio como forastero, las defendía y encomiaba sus<br />

ventajas, con verdadero amor de padre, al hacer los honores de la casa.

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