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hoy y mañana - DSpace CEU

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—¡Y si no ha recibido la carta!—dijo una de las doncellas.<br />

—Pero como además le puse un parte telegráfico<br />

—Verdad es—repuso la doncella.<br />

—¿Quiere usted—dijo el criado—que vaya yo en una carrera á ver si<br />

está el señorito en su casa?<br />

—¡Pero si tú no sabes dónde está el hotel!—repusa doña Ruperta.<br />

—Quien lengua tiene á Roma va—dijo el criado,—y el señor me hará<br />

el favor de decirme hacia dónde está, poco más ó menos, el hotel.<br />

— ¿El de la Unidad Transatlántica?—replicó el práctico.—¡Pues es una<br />

friolera!.... El más lejos de esta estación. Siete kilómetros largos.<br />

—¿Y qué hacemos?—dijo el criado.<br />

—Yo no puedo creer que Venancio no haya salido á recibirme—contestó<br />

doña Ruperta.<br />

Y mirando con ansiedad á todas partes, se dio por fin una palmada<br />

en la frente y dirigiéndose al práctico le dijo:<br />

—Caballero, ¿usted me sabrá decir dónde me darán razón de unos<br />

muebles que he mandado hace dos días?<br />

— ¿Qué número tiene la factura?<br />

—No me acuerdo. Pero se la envié á mi hijo en la misma carta en<br />

que le avisaba el día de mi llegada, y si han recogido los muebles es señal<br />

de que mi hijo está aquí.<br />

La impaciencia de doña Ruperta desde que le ocurrió ese medio indirecto<br />

de buscar á su hijo era grande, y aunque el práctico le dijo que<br />

no se podía saber el paradero de los muebles ignorando el número de la<br />

factura, insistió en ver los almacenes; cosa que le fué en extremo fácil,<br />

pagando 15 céntimos por persona á la entrada de cada uno de ellos, y<br />

eran muchos.<br />

Nada de lo que buscaban vieron en los cinco primeros que registraron,<br />

y apenas se asomaron al sexto, cuando los tres criados á la vez gritaron<br />

sin poder contener su alegría:<br />

—¿ Allí está el armario de nogal!<br />

—¡Ya veo el salterio!<br />

—¡ Aquella es la urna del San José!<br />

Á doña Ruperta, por el contrario, le entró un gran desaliento al ver<br />

aquellos muebles, y pensando que puesto que no habían sido retirados<br />

de allí por su hijo era señal infalible de que estaba enfermo, sin oir las<br />

reflexiones de los criados que insistían en que no habría recibido la carta<br />

á tiempo, se volvió al práctico y le dijo:<br />

—¡Un coche, un coche y vamos corriendo al hotel!<br />

—¿A la Hospedería de Ganaam?—preguntó el práctico.<br />

—¡No, no!—gritó doña Ruperta.—¡Al hotel de mi hijo!

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