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hoy y mañana - DSpace CEU

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de los Amadises, Esplandianes, Olivantes y otros de su jaez, y á más de<br />

una dama encanecida en santas y buenas obras le pilló en los últimos<br />

días de su vida el diablo del romanticismo, á la madre del hidalgo extremeño<br />

podían haberle alborotado la mollera los vientos de la revolución.<br />

No fué así por fortuna, y su amor hacia algunas de las ideas modernas<br />

era platónico y producido por unos cuantos requiebros inocentísimos que<br />

se había dejado echar del espíritu del siglo; personaje que, después de<br />

viuda y no antes porque el difunto mayorazgo Almendruco era muy celoso<br />

en esta materia, le mandó algunos billetes amatorios en letras de<br />

molde. Y á fuerza de leer doña Ruperta un día y otro aquellos párrafos<br />

laudatorios que el periodismo hacía de los adelantos del siglo, creyó que<br />

ésto y no el que á ella le había gustado en su juventud era el buen mozo<br />

de la humanidad. Pero repito que no se enamoró tan ciegamente de ese<br />

galán, que ahorcando sus antiguos hábitos malvendiese su hacienda para<br />

imponer su dinero en acciones de ferrocarriles y de sociedades anónimas<br />

y dar tes danzantes y matines musicales, llegando á ser una verdadera<br />

vieja verde.<br />

Ni tan allá, ni mucho menos, fué mi señora doña Ruperta; y con una<br />

prudencia digna de elogio se limitó, como sabe el lector, á soltar la mariposa<br />

de sus entrañas para que viniera á revolotear en derredor de la<br />

antorcha de la civilización, encargándole de palabra y por escrito que<br />

cuidara mucho de no abrasarse en sus resplandores. Y aun el miedo de<br />

que la hermosura de la llama fuera más elocuente que sus consejos, que<br />

no el afán de aspirar ella también la viva luz de la ilustración y del progreso,<br />

fué lo que la decidió á venir á la corte.<br />

Es posible que al salir de su aldea recordase algunos párrafos de La<br />

Correspondencia de España, y gozara al pensar que por fin iba á ver los<br />

encantos del buen mozo, pero no fué éste el verdadero móvil de su viaje;<br />

y la mejor prueba que podía dar de su buen juicio y de que no obraba<br />

por un arrebato amoroso, fué el cargar como el caracol con su casa acuestas,<br />

á pesar de que sabía que en la corte había de todo y que no echaría<br />

de menos nada.<br />

Al verla salir del pueblo hecha un mar de lágrimas hubo pocas personas<br />

que no la tuviesen envidia, pero también hubo algunas á quienes<br />

inspiró verdadera lástima. Era una de estas últimas el general retirado,<br />

el cual, si bien, como egoísta que era, sentía el viaje porque perdía uno de<br />

los mejores pies de su indispensable tresillo, todavía le dolía mucho más<br />

que su amiga fuese á sufrir en la corte lo que él, siendo militar y joven<br />

aún, no había podido resistir en 1850. Pero sus consejos fueron inútiles,<br />

porque el amor de madre atropellaba y salía al encuentro de toda clase<br />

de reflexiones, y doña Ruperta, despedida y acompañada largo trecho por

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