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hoy y mañana - DSpace CEU

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á su madre, y lo que es más aún, sin escribirla diciéndole que retrase su<br />

viaje, como discretamente le aconsejó que lo hiciera el maestro de ceremonias<br />

del hotel.<br />

Yo no te quise decir, lector, el propósito del joven jurisconsulto, porque<br />

sabía que te ibas á sonreír maliciosamente, comparando á mi hombre<br />

con el jugador arrepentido que para empezar nueva vida cree preciso<br />

volver á la casa de juego á despedirse, por mera cortesía, de sus compañeros.<br />

Todas las comparaciones son odiosas y esta sería además injusta.<br />

Venancio, de cuyo cariño filial no te permito dudar un instante, salió<br />

del hotel firmemente resuelto á decir á Safo que le dispensara y hasta<br />

que le compadeciera por no poder aceptar la honra de acompañarla en<br />

su viaje; pero que la repentina y próxima llegada de su señora madre, el<br />

ser ésta completamente forastera en la corte y el no haberla podida<br />

buscar alojamiento á propósito le obligaban á no salir de Madrid. Tanto<br />

amaba el joven extremeño á la que le dio el ser, que cuando iba desde el<br />

hotel á casa de su amada y hasta en presencia de ésta contaba con fuerzas<br />

suficientes para negarse á hacer el viaje. Lo único que lo faltó, y esto<br />

no por culpa de su corazón, sino de su lengua, que se le pegó al paladar,<br />

fué el valor para pronunciar la arenga que llevaba perfectamente estudiada.<br />

Dos veces quiso hablar y no pudo; y cuando ya, cerrando los ojos y<br />

haciendo un esfuerzo supremo, abrió la boca, despegó la lengua, y como<br />

si estuviera informando en estrados ante el Supremo de Justicia, dijo<br />

«Señorita ,» se encontró cortado por la presencia de Norma, que tendiéndole<br />

la mano le dirigió este saludo:<br />

—Los amigos de mi amiga Safo no son mis amigos, son mis hermanos.<br />

Tratadme desde <strong>hoy</strong> como si toda la vida hubiéramos estado juntos.<br />

—Mil gracias, señorita—respondió Venancio, encendido como una<br />

amapola;—también yo —añadió.<br />

Y no pudo continuar, porque entró en el salón una joven vestida<br />

también de arcángel, con tonelete y bota de montar, una mochila á la espalda<br />

y tres báculos en la mano, de los cuales dio uno á Safo y otro á<br />

Norma, guardando para sí el tercero.<br />

—Vamos—dijo Safo.<br />

Y viendo que Venancio no se movía, añadió con aire de impaciencia:<br />

—Vamos, ya es la hora.<br />

—El caso es—repuso el joven extremeño—que yo tenía que deciros<br />

una cosa.<br />

—Decídmela andando—replicó sin volver la cabeza ni dejar de andarla<br />

hermosísima presidenta de la Filosofía Socialista.<br />

Y Venancio la siguió maquinalmente, no ya enamorado de la gentile-

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