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hoy y mañana - DSpace CEU

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allí un hombre de escasos cuarenta años, de fisonomía agradable y vestido<br />

á la moda, pero no con exageración. Quiero decir con esto que aunque<br />

traía calzón ceñido, alpargata de goma, chaqueta elástica y gorra de<br />

punto, todo con arreglo al último figurín ruso publicado en el Monitor<br />

de la moda circasiana, no era todo su traje hecho de una sola pieza, como<br />

los de otros hombres más jóvenes y más á la moda que él.<br />

Las cinco medallas que pendían sobre su pecho daban bien claro á<br />

entender que era socio de número de otras tantas academias industriales,<br />

y el lazo de lienzo blanco que ostentaba en el brazo derecho no dejaba<br />

duda de que se hallaba de rigurosa etiqueta por causa de algún acto<br />

culinario. Es decir, lector, que no lucía la servilleta en el cuello, como<br />

hacéis vosotros ahora, sino en el brazo. Como lo que se iba á ensuciar era<br />

la garganta, no la vistió de pureza con la corbata blanca, sino que ató<br />

ésta al brazo derecho, aunque no para atarle corto, porque los brazos en<br />

materia de banquetes siguen pecando de largos como antiguamente.<br />

No sé si tú, lector, que tienes obligación de saber en este asunto más<br />

que doña Ruperta, habrás conocido lo que ella no pudo adivinar, y es que<br />

ese hombre es uno de los pocos amigos, acaso el único, que tiene en Madrid<br />

Venancio. Ese hombre es el fabricante de agua de Colonia, que debiendo<br />

asistir como uno de tantos al banquete electoral, se había permitido<br />

subir al cuarto del diputado, no tanto por tener el gusto de darle la enhorabuena<br />

y abrazarle, cuanto por entrar con él en el comedor á vista de<br />

los demás electores.<br />

—¿No está?—dijo dirigiéndose á doña Ruperta.<br />

—¿Quién, mi hijo?<br />

—¿Qué oigo, señora? ¡Conque vos sois la madre de mi amigo!<br />

—Servidora de usted. Él no sabe aún que yo he venido; le estoy aguardando.<br />

¿Sabe usted si vendrá pronto?<br />

—Señora, yo no sé más sino que faltan tres minutos para la comida,<br />

y á esa hora debe estar fijo aquí. La ceremonia de <strong>hoy</strong> no admite excusa.<br />

—¿Y la de salir á recibir á su madre?—dijo doña Ruperta con aire de<br />

resentida y sin poder reprimir una exclamación que pronto se avergonzó<br />

de haber pronunciado delante do un extraño.<br />

—¿Sabía que veníais á Madrid?<br />

—Lo sabe, pero no la hora á que llegaba.<br />

—¿Y qué tal está ese camino de hierro de Extremadura? ¡Habréis tardado<br />

un siglo!<br />

—No tal, hemos venido en ocho horas escasas.<br />

—¡Ocho horas! ¡Qué horror!-exclamó el fabricante.—¡Ocho horas en<br />

poco más de 300 kilómetros! ¡Y luego hablamos con burla de los antiguos!<br />

Pues no tardaban mucho más las galeras.

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