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hoy y mañana - DSpace CEU

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caso abonaban un tanto al minuto, mayor ó menor, según el uso que<br />

hacían de aquellas emanaciones aromáticas.<br />

Por la entrada y la simple aspiración de la atmósfera se pagaban dos<br />

céntimos al minuto, no pudiendo bajar de un cuarto de hora el tiempo<br />

abonable; costaba cuatro céntimos el pasear alrededor de la fuente; ocho<br />

el recibir alguna rociada; cincuenta el sentarse en los divanes, cuyos<br />

confortables almohadones arrojaban á la simple presión del cuerpo una<br />

lluvia de agua de Colonia en polvo finísimo, é igual suma se pagaba por<br />

el pañuelo, el abanico, los guantes ó cualquier otro objeto que se quería<br />

colonizar.<br />

Para esto último no había más que hacer sino entregar la prenda á<br />

una elegante mano mecánica (que, como si fuera la de un alma en pena<br />

pidiendo sufragios, giraba en torno de los concurrentes), la cual la apretaba<br />

y la escondía en la manga breves instantes, devolviéndola aromatizada<br />

á su dueño.<br />

El candidato estaba admirado de lo que veía, y lo que más llamaba su<br />

atención era lo numeroso de la concurrencia y el ver que gran parte de<br />

ésta se componía de hombres formales, que con una gravedad digna de los<br />

tiempos y del Senado de la antigua Roma, se descubrían la cabeza al pasar<br />

por la fuente, refregaban sus espaldas en los almohadones del diván<br />

y entregaban á la mano mecánica su cartera ó su pañuelo. Semejante<br />

afeminación le hacía disculpar la presencia allí de las damas y las ridiculas<br />

contorsiones que hacían para sacudir sus trajes á fin de que todos<br />

los pliegues se impregnaran por igual de los aromas que allí se respiraban.<br />

Y tan absorto estaba observando lo que allí veía, que fué preciso que el<br />

fabricante le llamase la atención repetidas veces para que pudiera cumplir<br />

con lo que la cortesía exige á todo el que visita un establecimiento<br />

industrial.<br />

—Verdaderamente es magnífica vuestra fábrica—dijo aparentando una<br />

sinceridad que estaba lejos de sentir;—pero me da pena ver la afeminación<br />

de estas gentes.<br />

—¡Afeminación! No tal—replicó el fabricante.—Esto no es masque<br />

aseo y limpieza y no avergonzarse nadie de hacer en público lo que antiguamente<br />

hacían todos en secreto.<br />

—Todos no—repuso el candidato.<br />

—Todos los elegantes, ni más ni menos que ahora; sólo que á medida<br />

que aumenta la riqueza pública, aumenta también la elegancia. ¡Queréis<br />

que el rico industrial, que está todo el día oliendo á carbón de piedra en<br />

su fábrica, no pase por esta rotonda antes de ir á comer á su casa ó al<br />

club, y que no haga lo mismo la mujer de mundo y otra porción de gentes<br />

que no pueden tener en sus casas comodidad para tomar estas ablucio-

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