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hoy y mañana - DSpace CEU

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La presidenta de la FILOSOFÍA SOCIALISTA ha estado elocuentísima.<br />

Se ha votado por unanimidad el dictamen de la comisión, declarando<br />

que el pueblo está moralizado y educado de sobra y que todas esas trabas<br />

son ofensivas á la dignidad y ala buena fe de la especie humana.<br />

Diez céntimos era el precio de cada impreso, y el fabricante dijo al criado<br />

del club que le cargara en su cuenta el que tomó para sí y el que dio<br />

á Venancio; el cual asombrado, no tanto de lo que estaba viendo cuanto<br />

de la tranquilidad con que lo veían los demás, se dirigió al fabricante y<br />

le dijo:<br />

—Siento mucho abusar de vuestra bondad, pero ya os he dicho que soy<br />

forastero, y me perdonaréis si os sigo molestando con preguntas que os parecerán<br />

impertinentes.<br />

—A mí no me molestáis—repuso el fabricante,—y antes al contrario<br />

—añadió con cierto aire de orgullo,—tengo mucho gusto en ilustraros; pero<br />

ahora me parece que debemos ir á la calle á ver la manifestación, porque<br />

tiene trazas de ser de las más importantes.<br />

—¡A la calle!—exclamó Venancio asustado.—¡Y si nos pegan un tiro ó<br />

nos hacen trabajar en una barricada ó nos prende la policía! Yo tengo<br />

oído decir que en las grandes capitales son temibles las revoluciones y que<br />

lo mejor en una bullanga es meterse en casa, porque siempre pagan el pato<br />

los curiosos.<br />

—¿Quién os ha dicho semejantes disparates?—exclamó el fabricante.—<br />

Suponiendo que se tratara de una revolución y no de un simple pronunciamento<br />

ó manifestación popular, como sucede ahora, siempre resultaría<br />

que si no erais revolucionario, nadie os daría un tiro, ni os liarían construir<br />

barricadas, ni menos os prenderían. ¡Pues no faltaba más sino que<br />

no se pudiera andar por las calles con toda libertad el día en que á unos<br />

cuantos se les antojara armar una revolución! Eso sucedía, según cuentan,<br />

allá en los tiempos de Mari-Castaña, en que no se conocía ni siquiera de<br />

vista la seguridad individual y la libertad de hacer cada uno lo que quería,<br />

pero no ahora. ¡Tendría que ver que vos y yo saliésemos por gusto á<br />

ver cómo se batían la tropa y los insurgentes, y los unos nos prendieran y<br />

los otros nos obligaran á hacer fosos y á levantar parapetos!<br />

—¿Y si los primeros nos tomaban por revolucionarios y á los segundos<br />

les hacía falta nuestra ayuda?—dijo Venancio.<br />

—¡Cómo había de suceder lo uno ni lo otro! Para lo primero era preciso,<br />

no que nos viesen con armas en la mano, que podríamos llevarlas por capricho<br />

ó para otro uso, sino que nos cogieran en el acto de batirnos; y á<br />

tomar parte con los sublevados nadie nos obligaría, porque si los actos<br />

revolucionarios fueran obligatorios perderían todo el mérito, y una sola

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