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hoy y mañana - DSpace CEU

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—Los faroles de los carruajes de punto en la estación del club de los<br />

reformistas.<br />

—;Si digo esos que están en el aire!<br />

—Pues bien: esos son los carruajes del club.<br />

—Pero si están en el aire no serán carruajes, serán globos.<br />

—Es igual, todo lo que sirve para ir de un punto á otro se llama carruaje.<br />

No quiso preguntar otra cosa la madre del hidalgo extremeño, y siguió<br />

marchando como un verdadero autómata por entre magníficos edificios,<br />

espléndidos bazares y escaparates verdaderamente deslumbradores.<br />

Sus criados la seguían cabizbajos y mustios, asombrándose cada vez<br />

menos de lo que veían, porque lo que hasta entonces habían visto les tenía<br />

mareados y aturdidos. Tan cierto es, lector, que la abundancia es el<br />

camino más corto para el descrédito y que no hay sino ver mucho para<br />

no maravillarse de nada.<br />

Pero como la industria y el comercio han previsto el cansancio de los<br />

sentidos y están en guardia contra el hastío del lujo y de los placeres,<br />

inventan tales cosas y ponen en juego tantas novedades, que el forastero<br />

tiene que abrir los ojos á su pesar y detenerse para contemplar á cada<br />

paso un nuevo encanto industrial y una nueva coquetería mercantil.<br />

Estas últimas son de tal género y están de tal modo organizadas, que<br />

no hay avaricia que logre hacerse superior á los halagos y á las zalamerías<br />

de los géneros que el comerciante saca al mercado.<br />

Por muy escondido que esté el dinero en los bolsillos de los transeúntes,<br />

se oye llamar tantas veces hermoso por los objetos que coquetean<br />

en el escaparate, que al cabo y al fin cae en la tentación de pecar; y como<br />

no sirve salir á la calle sin un cuarto, porque el crédito es dinero y <strong>hoy</strong><br />

el crédito está muy extendido, no hay defensa posible contra las coqueterías<br />

industriales. Se necesita estar muy acostumbrado á esos halagos<br />

para hacerse el empedernido á tanto ruego.<br />

La misma doña Ruperta, que iba en alas del amor de madre á buscar<br />

noticias de su hijo, quería comprar cuanto veía, y sin la prudencia del<br />

práctico, que la disuadía de ciertos empeños, Dios sabe si habría tenido<br />

dinero bastante para satisfacer todos sus antojos. Verdad es que no todo<br />

era virtud en aquel hombre, sino que algunos géneros de los que quería<br />

comprar la buena señora procedían de tiendas con cuyos dueños no se<br />

entendía él tan bien como con otros de la corte, y á menudo le decía<br />

estas palabras:<br />

—No os precipitéis á comprar, señora, porque más arriba los hay mejores<br />

y más baratos.<br />

Y así lograba que doña Ruperta siguiera marchando en dirección de

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