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cabeza.<br />
—Eso es verdad, Hastings. ¿Tú crees que sería realmente tan malo para el<br />
duque casarse con Jane Wilkinson?<br />
—¡Cómo! ¿No creerás que esté realmente enamorada <strong>de</strong> él?<br />
—Seguramente, no; pero adora su posición. Se comportaría correctamente.<br />
Es una mujer que tiene tanto <strong>de</strong> ambiciosa como <strong>de</strong> bella, lo cual no significa<br />
una catástrofe. El duque pudiera haberse casado muy fácilmente con alguna<br />
muchacha <strong>de</strong> su misma clase que le hubiese aceptado por las mismas<br />
razones...; pero entonces nadie hubiera dicho ni una palabra.<br />
—Eso es verdad, pero...<br />
—Y supongamos que se case con una muchacha que le ame<br />
apasionadamente. ¿Es acaso esto gran ventaja? A menudo he observado que<br />
es una verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sgracia para un hombre casarse con una mujer que le<br />
adore. Le hace escenas <strong>de</strong> celos, le pone en ridículo, insiste en solicitar a cada<br />
momento toda su atención. ¡Ah, mon ami, no es un camino <strong>de</strong> rosas! <strong>La</strong><br />
experiencia me lo hace <strong>de</strong>cir.<br />
—Poirot —dije—, eres un viejo cínico.<br />
—Mais non, mais non; sólo expongo algunas reflexiones. Fíjate que, en<br />
realidad, yo estoy <strong>de</strong> acuerdo con la excelente mamá.<br />
No pu<strong>de</strong> contener la risa al oír calificar así a la altiva duquesa. Poirot<br />
permaneció muy serio.<br />
—No hay por qué reír. Todo esto es <strong>de</strong> la mayor importancia. Tengo que<br />
reflexionar, tengo que reflexionar mucho.<br />
—No veo qué pue<strong>de</strong>s hacer en ese asunto —dije. Poirot no me hizo caso.<br />
—¿Te has fijado, Hastings, en lo bien informada que estaba la duquesa? ¡Y<br />
qué vengativa! Conoce todas las pruebas que hay en contra <strong>de</strong> Jane Wilkinson.<br />
—Todas las que hay en contra; pero no las que hay a favor —dije sonriendo.<br />
—¿Cómo se habrá enterado?<br />
—Jane se lo habrá dicho al duque, y el duque a ella —sugerí.<br />
—Sí, es posible.<br />
El teléfono sonó estri<strong>de</strong>ntemente. Cogí el receptor. Mi única palabra fue «sí»,<br />
a intervalos regulares. Al final, colgué el aparato y me volví, muy excitado,<br />
hacia Poirot:<br />
—Era Japp. Primero, que eres, como <strong>de</strong> costumbre, el «mejor». Segundo,