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La Muerte de Lord Edgware

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intervenido usted en el asunto, todo hubiera terminado bien. Espero que en su<br />

libro conce<strong>de</strong>rá gran importancia a esta carta. Me gustaría mucho que la gente<br />

se acordase <strong>de</strong> mí y que se publicasen mis hazañas. Porque estoy segura <strong>de</strong><br />

que he sido única. Por lo menos, aquí, en la cárcel, todos me lo dicen.<br />

El origen <strong>de</strong> todo viene <strong>de</strong> cuando conocí a Merton en América. Yo<br />

comprendí en seguida que sólo enviudando lograría que se casase conmigo.<br />

Ha sido una verda<strong>de</strong>ra lástima que ese hombre tuviese tantos prejuicios contra<br />

el divorcio. Todo cuanto hice por convencerle fue inútil. Viviendo mi marido, no<br />

se casaría conmigo jamás. Es un verda<strong>de</strong>ro chiflado.<br />

Entonces <strong>de</strong>cidí que mi marido muriera. Pero no veía la manera <strong>de</strong> lograrlo.<br />

<strong>La</strong> verdad es que en los Estados Unidos los hombres no son tan idiotas como<br />

en Inglaterra. Si Merton hubiese sido americano, las cosas se habrían<br />

arreglado mucho mejor. En fin, como iba diciendo, me pasé días enteros<br />

procurando <strong>de</strong>scubrir la manera <strong>de</strong> enviudar. Pero ante cada solución surgía un<br />

enorme inconveniente. Empezaba ya a per<strong>de</strong>r la esperanza, cuando, estando<br />

en Inglaterra, vi a Charlotte Adams en un teatro y comprobé lo<br />

maravillosamente que me imitaba. Entonces vi el cielo abierto. Con su ayuda<br />

conseguiría una coartada perfecta. Empecé a reflexionar <strong>de</strong> qué medio me valdría,<br />

y se me ocurrió enviarle a usted a visitar a mi marido, pidiéndole, en mi<br />

nombre, el divorcio. En seguida empecé a alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> los <strong>de</strong>seos que sentía a<br />

veces <strong>de</strong> ir a pegar cinco tiros a mi marido. Cuando me presentaron a<br />

Charlotte, le expuse mi i<strong>de</strong>a, claro está que sin explicarle la verdad. Le dije sólo<br />

que era con el fin <strong>de</strong> ganar una apuesta, y que ella recibiría diez mil dólares.<br />

Ante la seguridad que tenía <strong>de</strong> ganar ese dinero, se entusiasmó tanto, que<br />

algunos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>talles fueron i<strong>de</strong>a suya. Como el cambio <strong>de</strong> ropa no podíamos<br />

hacerlo en mi casa por estar Ellis, ni en la suya por su camarera, pensé hacerlo<br />

en el hotel.<br />

Des<strong>de</strong> el momento en que empecé a planear el asesinato, <strong>de</strong>cidí que<br />

Charlotte Adams también tenía que morir. Era una lástima, pero no había otro<br />

remedio. Yo tenía en casa un poco <strong>de</strong> veronal, pues solía tomarlo algunas<br />

veces. Gracias a él la cosa resultaba sencillísima, pero era preciso que se<br />

creyese que Charlotte acostumbraba tomarlo. Entonces encargué la cajita <strong>de</strong><br />

oro con una inicial cualquiera y la inscripción «París, noviembre». Así, me<br />

figuré que se complicaría más la cosa. Encargué la cajita por carta y mandé

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