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CAPÍTULO CUATRO<br />
UNA ENTREVISTA<br />
Llegamos a la casa <strong>de</strong> lord <strong>Edgware</strong>, en Regent Gate. Yo me encontraba en<br />
un estado expectante. Aunque no sentía, como Poirot, gran admiración por los<br />
problemas psicológicos, las pocas palabras que pronunció lady <strong>Edgware</strong><br />
respecto a su marido habían <strong>de</strong>spertado mi curiosidad y ansiaba juzgarle por<br />
mí mismo.<br />
<strong>La</strong> mansión <strong>de</strong>l noble lord era un edificio imponente, <strong>de</strong> bella construcción,<br />
algo sombrío. <strong>La</strong>s ventanas que daban a la fachada carecían <strong>de</strong> superfluos<br />
adornos.<br />
Nos abrió en seguida la puerta, no un anciano criado <strong>de</strong> cabellos blancos,<br />
que hubiese estado en armonía con el exterior <strong>de</strong> la casa, sino uno <strong>de</strong> los<br />
jóvenes más agradables que jamás había visto. Alto y admirablemente<br />
proporcionado, un escultor hubiese hallado en él el digno mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> Kermes o<br />
<strong>de</strong> Apolo. Mas, a pesar <strong>de</strong> su agradable aspecto, había cierto afeminamiento<br />
en su voz que me <strong>de</strong>sagradó. Al mismo tiempo, no sé por qué, no podría<br />
precisarlo, algo en él me recordó vagamente a alguien, alguien a quien había<br />
visto hacía mucho tiempo, pero que me era imposible recordar.<br />
Preguntamos por lord <strong>Edgware</strong>.<br />
—Por aquí, señores.<br />
Le seguimos a lo largo <strong>de</strong>l vestíbulo, pasamos ante la escalera y continuamos<br />
hacia una puerta que había al final. Abrióla y nos anunció con aquella voz<br />
suave que tanto me <strong>de</strong>sagradaba.<br />
<strong>La</strong> habitación en que entramos era una especie <strong>de</strong> biblioteca. <strong>La</strong>s pare<strong>de</strong>s<br />
estaban atestadas <strong>de</strong> libros; el <strong>de</strong>corado, un poco sombrío, era agradable, y las<br />
sillas, imponentes, aunque no tenían nada <strong>de</strong> cómodas.<br />
<strong>Lord</strong> <strong>Edgware</strong> se había levantado para recibirnos. Era un hombre <strong>de</strong> unos<br />
cincuenta años, alto, el cabello negro mezclado <strong>de</strong> gris, el rostro enjuto y la<br />
boca algo burlona. Tenía el aspecto <strong>de</strong> ser hombre <strong>de</strong> mal genio. Sus ojos