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La Muerte de Lord Edgware

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¿Era él, efectivamente, el hombre al que el capitán Marsh había visto entrar en<br />

casa <strong>de</strong> lord <strong>Edgware</strong>? De pronto, recordé que el apuesto criado <strong>de</strong> Regent<br />

Gate tenía un parecido extraordinario con míster Martin. ¿Era a este último a<br />

quien el capitán Marsh había visto? Entonces me imaginé lo siguiente: el<br />

mayordomo <strong>de</strong>scubrió a su dueño asesinado. Ante el cadáver había un sobre<br />

con billetes <strong>de</strong> Banco franceses por valor <strong>de</strong> cien libras. Impulsado por la<br />

codicia, cogió aquellos billetes y salió <strong>de</strong> la casa para escon<strong>de</strong>rlos. Luego<br />

volvió, abriendo la puerta con la llave <strong>de</strong> lord <strong>Edgware</strong>, y <strong>de</strong>jó que la criada<br />

<strong>de</strong>scubriese el crimen a la mañana siguiente. No creía correr ningún peligro,<br />

porque estaba completamente convencido <strong>de</strong> que lady <strong>Edgware</strong> era la criminal<br />

y el dinero estaba ya fuera <strong>de</strong> la casa y cambiado mucho antes que el crimen<br />

se <strong>de</strong>scubriese. Ahora bien: cuando lady <strong>Edgware</strong> <strong>de</strong>mostró que era inocente y<br />

Scotland Yard empezó a investigar sus antece<strong>de</strong>ntes, huyó.<br />

Japp aprobó con la cabeza.<br />

—Me quedaba todavía por resolver la cuestión <strong>de</strong> las gafas. <strong>La</strong> más<br />

sospechosa era miss Carroll. Ella podía haber sustraído la carta que lord<br />

<strong>Edgware</strong> escribió a Jane. Mientras concertaba con Charlotte Adams los<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la suplantación, o bien al encontrarse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l crimen, podían<br />

habérsele caído las gafas en el mone<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Charlotte. Sin embargo, aquellas<br />

gafas no parecían pertenecer a mis Carroll. Venía hacia aquí con Hastings,<br />

muy <strong>de</strong>primido, tratando <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nar en mi cerebro los sucesos, cuando <strong>de</strong><br />

repente ¡ocurrió un milagro! Primero, Hastings me habló <strong>de</strong> varias cosas,<br />

recordándome la casualidad <strong>de</strong> que Donald Ross había sido uno <strong>de</strong> los trece<br />

asistentes al banquete <strong>de</strong> sir Montagu Córner y fue el primero en morir. Como<br />

en aquellos momentos yo estaba pensando en otras cosas más importantes,<br />

no presté atención a lo que me <strong>de</strong>cía. Iba pensando en quién podría<br />

informarme respecto a los sentimientos <strong>de</strong> míster Martin por Jane Wilkinson.<br />

Ella no me los diría, estaba seguro. En aquel momento, unas muchachas que<br />

paseaban por mi lado iban comentando una película. Una <strong>de</strong> ellas, refiriéndose<br />

a un personaje <strong>de</strong> la película, dijo algo acerca <strong>de</strong> cierta Ellis. Inmediatamente,<br />

toda la verdad se me reveló —Poirot miró en torno suyo y siguió—: Sí; las<br />

gafas, la llamada telefónica, la mujer que fue a París en busca <strong>de</strong> la cajita <strong>de</strong><br />

oro, eran cosa <strong>de</strong> Ellis, la camarera <strong>de</strong> Jane Wilkinson. Lo comprendí todo: los<br />

can<strong>de</strong>labros, la luz tenue <strong>de</strong> la mansión <strong>de</strong> sir Montagu Córner, mistress Van

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