Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
CAPÍTULO VEINTISÉIS<br />
¿PARÍS?<br />
Pocos minutos <strong>de</strong>spués íbamos en un taxi. Poirot estaba muy preocupado.<br />
—Tengo miedo, Hastings —me dijo.<br />
—No querrás <strong>de</strong>cir... —dije, y me <strong>de</strong>tuve.<br />
—Nos encontramos ante alguien que ha matado ya a dos personas. Esa<br />
persona no dudará en matar <strong>de</strong> nuevo. El criminal se revuelve como una rata<br />
tratando <strong>de</strong> salvar su vida. Ross es un peligro, y, por tanto, <strong>de</strong>be ser eliminado.<br />
—Entonces es que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser importante lo que te iba a <strong>de</strong>cir —dije con<br />
cierta duda—. Por lo visto, a él no se lo parecía.<br />
—Pues estaba en un error. Indudablemente, lo que tenía que <strong>de</strong>cir era <strong>de</strong> la<br />
mayor importancia.<br />
—Pero ¿cómo se pudo enterar nadie?<br />
—Según me has dicho, habló contigo allí, en el Claridge, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> gente.<br />
Una verda<strong>de</strong>ra locura. ¡Ah! ¿Por qué no te lo llevaste, sin permitir que nadie se<br />
le acercase hasta que yo hubiese oído lo que tenía que <strong>de</strong>cirme?<br />
—No pensé en ello; nunca me imaginé... —murmuré.<br />
Poirot hizo un gesto.<br />
—No te critico. ¿Cómo ibas a adivinarlo?<br />
Por fin llegamos. Ross vivía en una casa situada en una amplia calle <strong>de</strong><br />
Kensington. <strong>La</strong> puerta <strong>de</strong> la calle estaba abierta<br />
—¡Qué fácil es entrar aquí —dijo Poirot—. Nadie le ve a uno.<br />
En el primer piso había una estrecha puerta, y en el centro <strong>de</strong> ella estaba<br />
clavada la tarjeta <strong>de</strong> Ross.<br />
Nos <strong>de</strong>tuvimos. En la casa reinaba un silencio <strong>de</strong> muerte. Empujé la puerta y<br />
vi con asombro que estaba abierta. Entramos en un pequeño recibidor, en el<br />
que había dos puertas, una abierta y otra que daba a una sala. Entramos en<br />
ella. Estaba amueblada mo<strong>de</strong>sta, pero confortablemente. No había nadie. En<br />
una mesita estaba el teléfono, y junto a él, <strong>de</strong>scansaba el receptor.<br />
Poirot dio unos pasos, observándolo todo con gran atención.<br />
—Aquí no hay nadie. Vamos a la otra habitación, Hastings.<br />
Volvimos hacia atrás y entramos en la otra habitación. Era un pequeño