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—Tengo un motivo —siguió lord <strong>Edgware</strong>—. ¡Ah, sí!, un gran motivo. Y voy a<br />
regalarle a usted una valiosa y magnífica información. Ayer por la mañana le<br />
pedí a mi tío que quería verle. ¿Para qué? Pues para pedirle dinero. Y salí sin<br />
que me diera nada, y aquella misma noche muere lord <strong>Edgware</strong>. Hermosa<br />
frase «<strong>Lord</strong> <strong>Edgware</strong> muere.» Estaría la mar <strong>de</strong> bien como título <strong>de</strong> un libro —<br />
se <strong>de</strong>tuvo. Poirot siguió sin <strong>de</strong>cir nada—. Estoy muy orgulloso con la atención<br />
con que me escucha usted, monsieur Poirot. El capitán Hastings me mira como<br />
si viera, o fuese a ver, un fantasma. Bien; ¿dón<strong>de</strong> estábamos? ¡Ah!, sí,<br />
hablábamos <strong>de</strong>l sobrino pateado. Este sobrino, que durante algún tiempo fue<br />
aclamado por sus caracterizaciones femeninas, hace un supremo esfuerzo<br />
teatral, y con una vocecita <strong>de</strong> mujer se anuncia como lady <strong>Edgware</strong>, y pasa<br />
ante el mayordomo con menudos pasos. No inspira la menor sospecha. ¡Jane!,<br />
grita mi tío. ¡George!, contesto yo. Ro<strong>de</strong>o con mis brazos su cuello y le clavo mi<br />
cortaplumas en el cogote. Los <strong>de</strong>más <strong>de</strong>talles son <strong>de</strong> índole médica y no hay<br />
necesidad <strong>de</strong> explicarlos. <strong>La</strong> falsa mujer sale <strong>de</strong> la casa y... a la cama, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> un día bien aprovechado —se echó a reír y se preparó otro whisky con<br />
seltz—. Bien trabajado, ¿verdad? Pero ahora viene lo principal. ¡El <strong>de</strong>sengaño!,<br />
pues llegamos a la coartada, monsieur Poirot —acabó <strong>de</strong> vaciar el vaso—. He<br />
encontrado a veces coartadas muy graciosas —continuó el joven—. Siempre<br />
que leo novelas <strong>de</strong>tectivescas me fijo en las coartadas. <strong>La</strong> mía es <strong>de</strong> las<br />
excelentes. Tres excelencias, judías y todo. Hablando más claro: míster,<br />
mistress y miss Dortheimer. Son gente muy rica. Tienen un palco en Covent<br />
Gar<strong>de</strong>n. A ese palco invitan a jóvenes con esperanzas, y yo, monsieur Poirot,<br />
soy un joven con esperanzas. ¿Que si me gusta la ópera? Francamente, no.<br />
Pero me encantaba la excelente cena en Grosvenor Street, que suele<br />
prece<strong>de</strong>rla, y también me gusta un excelente piscolabis en cualquier lugar, a la<br />
salida, aunque tenga que bailar con Raquel Dortheimer y tenga un brazo<br />
<strong>de</strong>shecho durante dos días. Así, monsieur Poirot, mientras la vida <strong>de</strong> mi tío<br />
volaba a la eternidad, yo estaba diciéndole tonterías a la oreja incrustada <strong>de</strong><br />
diamantes <strong>de</strong> la elegante (que Dios me perdone la mentira) Raquel, en un<br />
palco <strong>de</strong> Covent Gar<strong>de</strong>n. Su larga nariz judía temblaba <strong>de</strong> emoción. Ahora vea<br />
usted, monsieur Poirot, por qué he sido tan franco —se recostó en la silla—.<br />
Espero que no le habré aburrido. ¿Tiene usted que hacerme alguna pregunta?<br />
—Le aseguro que no me ha aburrido usted —dijo Poirot—. Sin embargo, ya