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La Muerte de Lord Edgware

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—¿Comió o bebió algo la señorita antes <strong>de</strong> acostarse?<br />

—Un vaso <strong>de</strong> leche caliente, como hacía a menudo.<br />

—¿Quién se lo preparó?<br />

—Yo misma.<br />

—¿Y no entró nadie en el piso anoche?<br />

—Nadie.<br />

—¿Y durante el día?<br />

—Tampoco entró nadie, que yo recuer<strong>de</strong>. Miss Adams comió y tomó el té<br />

fuera <strong>de</strong> casa; volvió hacia las seis.<br />

—¿A qué hora trajeron la leche? Me refiero a la que tomó por la noche.<br />

—Por la tar<strong>de</strong>. El muchacho que la trae la <strong>de</strong>jó fuera a las cuatro. Pero creo<br />

que no había nada malo en ella. Yo la he tomado esta mañana con té. A<strong>de</strong>más,<br />

el médico dice que fue ella misma quien <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> tomarlo.<br />

—Quizá esté yo equivocado; es muy posible —dijo Poirot—. Necesito ver al<br />

doctor —y añadió—: ¿Sabe usted si miss Adams tenía enemigos? En América<br />

las cosas son muy distintas.<br />

<strong>La</strong> buena Alice dudaba; pero, al fin, mordió el anzuelo.<br />

—¡Oh!, ya lo sé. Ya he leído las cosas que hacen en Chicago los pistoleros.<br />

Debe <strong>de</strong> ser un país malísimo. Yo no sé lo que hace allí la Policía. No <strong>de</strong>be <strong>de</strong><br />

ser igual que la nuestra.<br />

Poirot asintió amablemente, satisfecho <strong>de</strong> que el ingenuo patriotismo <strong>de</strong> Alice<br />

Bennet le librase <strong>de</strong> tener que darle una explicación.<br />

De pronto, Poirot se fijó en una caja <strong>de</strong> vestidos que estaba sobre una silla.<br />

—¿Está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esta caja —dijo, señalando con la mano— la ropa que<br />

llevaba miss Adams cuando salió la última noche?<br />

—Se la puso por la mañana, pero no la traía puesta cuando regresó a la hora<br />

<strong>de</strong>l té. En cambio, vino con ella por la noche.<br />

—¡Ah! ¿Me permite usted abrirla?<br />

Alice Bennet estaba dispuesta a consentirlo todo. Era la mujer más pru<strong>de</strong>nte<br />

y suspicaz <strong>de</strong>l mundo; pero, una vez disipada su <strong>de</strong>sconfianza, se la manejaba<br />

como a un niño.<br />

<strong>La</strong> caja no estaba cerrada con llave. Poirot la abrió. Yo me a<strong>de</strong>lanté para<br />

mirar por encima <strong>de</strong> su hombro.<br />

—¿Lo ves, Hastings, lo ves? —murmuró excitado.

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