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veces se toma una gran cantidad y no le pasa a uno nada; en cambio, en otra<br />
ocasión, se toma sólo un poquitín y mata. Es una droga peligrosa por ese<br />
motivo. No me cabe la menor duda <strong>de</strong> que el Juzgado lo calificará <strong>de</strong> muerte<br />
por acci<strong>de</strong>nte. Por mi parte, no puedo <strong>de</strong>cirle nada más.<br />
—¿Me permite usted examinar el mone<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la señorita?<br />
—Des<strong>de</strong> luego, claro que sí.<br />
Poirot vació el contenido <strong>de</strong>l bolso. Había en él un pañuelo fino con las<br />
iniciales C. M. A., una borla <strong>de</strong> polvos, un lápiz <strong>de</strong> labios, un billete <strong>de</strong> una libra,<br />
algún dinero suelto y unas gafas. Estas últimas las examinó Poirot<br />
<strong>de</strong>tenidamente. <strong>La</strong> montura era <strong>de</strong> oro, sencilla y severa.<br />
—Es raro —dijo Poirot—. No sabía que miss Adams usase gafas. Acaso las<br />
necesitaba para leer.<br />
El doctor las cogió.<br />
—No; son gafas <strong>de</strong> miope —afirmó—. Muy potentes, por cierto. <strong>La</strong> persona<br />
que las usaba <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener muy mala vista.<br />
—¿No sabe usted si miss Adams...?<br />
—No fue cliente mía; una vez me llamaron para que examinase la<br />
herida que tenía en un <strong>de</strong>do la criada. Des<strong>de</strong> entonces no había vuelto más.<br />
Miss Adams, a la que vi en aquella ocasión un momento, no llevaba, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
luego, gafas.<br />
Poirot dio las gracias al doctor y nos <strong>de</strong>spedimos.<br />
Mi amigo parecía preocupadísimo.<br />
—¿Respecto al disfraz?<br />
—Pue<strong>de</strong> que yo esté equivocado —admitió.<br />
—No; eso está comprobado. Me refiero a su muerte. Des<strong>de</strong> el momento en<br />
que tenía veronal en su po<strong>de</strong>r, es muy posible que, sintiéndose cansada, lo<br />
tomase ayer para asegurarse una buena noche.<br />
De pronto se <strong>de</strong>tuvo, y con gran asombro <strong>de</strong> los paseantes y mío, se golpeó<br />
aparatosamente una mano contra la otra.<br />
—¡No, no, no! —exclamó—. ¿Por qué había <strong>de</strong> ocurrir ese acci<strong>de</strong>nte<br />
precisamente en estos momentos? No, no se trata <strong>de</strong> ningún acci<strong>de</strong>nte, no es<br />
tampoco suicidio. ¡No! Ella <strong>de</strong>sempeñó un papel, y con eso firmó su sentencia<br />
<strong>de</strong> muerte. Han elegido el veronal porque sabían que solía tomarlo y que tenía<br />
en su po<strong>de</strong>r una caja. Pero si es así, el asesino <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser alguien que la