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modos, estoy asombradísima —y añadió, dirigiéndose a su sirvienta—: ¿Qué te<br />
parece, Ellis?<br />
<strong>La</strong> mujer había ido sacando <strong>de</strong> la alcoba varios trajes <strong>de</strong> calle, que estaba<br />
colocando sobre los respaldos <strong>de</strong> las sillas. Al parecer había escuchado toda la<br />
conversación. Por lo visto, poseía la confianza <strong>de</strong> su señora<br />
—-iOh, señora! El señor <strong>de</strong>be haber cambiado muchísimo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le<br />
conocimos.<br />
En la voz <strong>de</strong> la camarera había una nota <strong>de</strong> rencor.<br />
—Parece que la <strong>de</strong>sconcierta a usted la actitud <strong>de</strong> su marido, que no la<br />
compren<strong>de</strong>, ¿verdad? —inquirió Poirot.<br />
—¡Oh, sí! ¿Qué le habrá hecho cambiar <strong>de</strong> tal modo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto<br />
tiempo?<br />
—Eso quizá no le interese a usted tanto, señora, como a mí.<br />
Jane no le prestaba ya atención.<br />
—¡El resultado es que, por fin, soy libre! —exclamó alegremente.<br />
—Todavía no, señora.<br />
—Bueno, pero estoy en camino <strong>de</strong> serlo, que es lo mismo.<br />
Poirot la miró extrañado.<br />
—El duque está en París, ¿sabe usted? —añadió Jane—, y voy a telegrafiarle<br />
en seguida. Su madre se pondrá furiosa. Poirot se levantó para marcharse.<br />
—Me alegro, señora, <strong>de</strong> que todo salga a su gusto, como anhelaba.<br />
—Adiós, monsieur Poirot, y muchísimas gracias.<br />
—No las merezco; no he hecho absolutamente nada para merecerlas.<br />
—Me ha traído usted la mejor noticia <strong>de</strong>l mundo y le estoy profundamente<br />
agra<strong>de</strong>cida.<br />
—Eso es lo que se le ocurre —me dijo Poirot mientras salíamos <strong>de</strong> la<br />
habitación—. No siente la menor curiosidad por conocer la causa que impidió<br />
llegar a sus manos la carta <strong>de</strong> su marido. Fíjate bien, Hastings. Como<br />
negociante, es astuta; pero no tiene ni chispa <strong>de</strong> inteligencia. Bien es verdad<br />
que Dios no pue<strong>de</strong> concedérselo todo a las criaturas.<br />
—Excepto a Hércules Poirot.<br />
—No te burles <strong>de</strong> mí —replicó serenamente—. Vamos a pasear por el<br />
malecón, pues quiero poner en or<strong>de</strong>n mis i<strong>de</strong>as.<br />
Permanecí en discreto silencio hasta que Poirot me dijo: