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La Muerte de Lord Edgware

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CAPÍTULO NUEVE<br />

UN NUEVO CRIMEN<br />

Aunque ignoraba la causa <strong>de</strong> la agitación <strong>de</strong> Poirot, le conocía lo bastante<br />

para estar seguro <strong>de</strong> que era justificada. Llegamos a Rose<strong>de</strong>w Mansions,<br />

Poirot bajó <strong>de</strong>l taxi, pagó al chófer y entró apresuradamente en la casa. <strong>La</strong><br />

habitación <strong>de</strong> miss Adams estaba en el primer piso, como nos informó una<br />

tarjeta <strong>de</strong> visita clavada en una tablilla.<br />

Poirot subió rápidamente la escalera sin esperar el ascensor, que en aquel<br />

momento estaba en uno <strong>de</strong> los pisos superiores.<br />

Era tal su impaciencia, que golpeó la puerta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tocar el timbre. Pasó<br />

un rato hasta que abrió la puerta una pulcra mujer <strong>de</strong> mediana edad, con el<br />

cabello echado hacia atrás. Sus párpados estaban enrojecidos, como si<br />

hubieran llorado mucho.<br />

—¿Miss Adams? —preguntó ansiosamente Poirot. <strong>La</strong> mujer le miró.<br />

Su rostro se había puesto mortalmente pálido, comprendiendo que aquello,<br />

sea lo que fuere, era lo temido por él.<br />

<strong>La</strong> mujer continuó moviendo lentamente la cabeza:<br />

—Miss Adams ha muerto. Murió mientras dormía. ¡Ah, es horrible! Poirot se<br />

apoyó en el quicio <strong>de</strong> la puerta.<br />

—¡Demasiado tar<strong>de</strong>! —murmuró.<br />

Su agitación era tan visible, que la mujer le miró con mayor atención.<br />

—Usted perdone. ¿Era usted amigo suyo? No recuerdo haberle visto nunca<br />

por aquí.<br />

Pero Poirot no contestó a aquella pregunta, sino que dijo rápidamente:<br />

—¿Llamaron uste<strong>de</strong>s a un médico? ¿Qué ha dicho?<br />

—Qué tomó una dosis excesiva <strong>de</strong> un soporífero. ¡Oh, pobrecilla! ¡Una<br />

muchacha tan joven y bonita! ¡Qué cosa tan peligrosa son las drogas! El<br />

médico dice que tomó veronal.<br />

De pronto, Poirot se irguió, y, autoritario, dijo:<br />

—Debo entrar en la casa.<br />

Veíase claramente que la mujer dudaba<br />

—No sé... —empezó a <strong>de</strong>cir.

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