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—No —dijo Poirot con sequedad—. Pero pue<strong>de</strong> salvar la <strong>de</strong> un inocente.<br />
—No le entiendo.<br />
—El que mata una vez, señorita, vuelve a matar <strong>de</strong> nuevo, y en ocasiones<br />
mata varias veces más.<br />
—No lo creo. No se trataría <strong>de</strong> una persona normal.<br />
—¿Quiere usted <strong>de</strong>cir que sería un monomaníaco <strong>de</strong>l crimen? Pues sí,<br />
señorita, así es. Una vida pue<strong>de</strong> trastornarse..., acaso <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una terrible<br />
lucha con la conciencia Entonces el peligro es inminente, pues el segundo<br />
asesinato resulta ya realmente fácil. A la más ligera amenaza o sospecha <strong>de</strong><br />
ser <strong>de</strong>latado, sigue el tercer asesinato, y poco a poco surge una especie <strong>de</strong><br />
orgullo artístico y es un métier asesinar. Es <strong>de</strong>cir, se acaba haciéndolo por<br />
placer.<br />
<strong>La</strong> muchacha ocultó la cara entre las manos.<br />
—¡Es horrible, horrible! ¡Eso no es cierto!<br />
—Supongamos ahora que le digo a usted que eso ha ocurrido ya, que el<br />
asesino para salvarse ha matado ya por segunda vez.<br />
—¡Qué dice usted, monsieur Poirot! —exclamó miss Carroll—. ¿Otro<br />
asesinato? ¿Dón<strong>de</strong>? ¿Quién es la víctima? Poirot movió la cabeza<br />
—Perdóneme, es sólo un ejemplo.<br />
—Menos mal; por un momento creí que realmente... —y miss Carroll añadió,<br />
dirigiéndose a Geraldine—: Ahora, si has terminado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir disparates...<br />
—Veo que está <strong>de</strong> mi parte —dijo Poirot con una ligera inclinación.<br />
—No creo en el castigo <strong>de</strong>l cielo —dijo miss Carroll vivamente—; pero, por lo<br />
<strong>de</strong>más, estoy completamente con usted. <strong>La</strong> sociedad <strong>de</strong>be ser protegida.<br />
Geraldine se levantó y se alisó el cabello.<br />
—Lo siento —dijo—; temo haberme conducido como una loca. ¿Sigue usted<br />
negándose a <strong>de</strong>cirme por qué le llamó mi padre?<br />
—¿Que le llamó? —dijo miss Carroll con gran asombro.<br />
—Se equivoca usted, miss Marsh. Yo no me he negado a <strong>de</strong>círselo —Poirot<br />
se vio forzado a hablar claro—. Lo único que le he dicho es que lo que se habló<br />
durante esa entrevista <strong>de</strong>bía consi<strong>de</strong>rarse como confi<strong>de</strong>ncial. Su padre no me<br />
llamó, fui yo quien le pedí una entrevista por cuenta <strong>de</strong> un cliente mío, lady<br />
<strong>Edgware</strong>.<br />
—¡Ah! Ya comprendo —una extraña expresión apareció en el rostro <strong>de</strong> la