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—Si no emplea más <strong>de</strong> una hora... —dijo.<br />
—Tranquilícese, no tardaré tanto tiempo. ¿No quiere usted enterarse <strong>de</strong><br />
quién mató a lord <strong>Edgware</strong>, a miss Adams y a Donald Ross?<br />
—Me gustaría saber lo último —dijo Japp.<br />
—Pues escúcheme y se enterará <strong>de</strong> todo. Voy a ser humil<strong>de</strong>. (¡No es<br />
probable!, pensé incrédulamente.) Voy a contarles todos mis pasos. Cómo tuve<br />
una venda en los ojos, cómo cometí una gran imbecilidad, cómo necesité la<br />
conversación <strong>de</strong> mi amigo Hastings y la observación <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido, para<br />
que al fin lograse compren<strong>de</strong>r la verdad —se <strong>de</strong>tuvo un momento, tosió para<br />
aclararse la garganta y empezó a hablar con su voz <strong>de</strong> lectura, como él <strong>de</strong>cía—<br />
. Empezaré por la cena <strong>de</strong>l Savoy. <strong>La</strong>dy <strong>Edgware</strong> me llamó y me pidió una<br />
entrevista privada. Quería librarse <strong>de</strong> su marido. Durante la entrevista dijo, algo<br />
indiscretamente, que había pensado coger un taxi, ir a casa <strong>de</strong> su marido y<br />
matarlo. Aquellas palabras fueron oídas por Bryan Martin, que entró en aquel<br />
momento —miró a su alre<strong>de</strong>dor y preguntó—: ¿No es cierto lo que digo?<br />
—¡Ya lo creo! Todos lo oímos —dijo el actor—. Los Widburn, Marsh,<br />
Charlotte; en fin, todos.<br />
—De acuerdo, <strong>de</strong> acuerdo. Eh bien, no pu<strong>de</strong> olvidar aquellas palabras <strong>de</strong> lady<br />
<strong>Edgware</strong>. A la mañana siguiente vino a verme míster Bryan Martin con el<br />
propósito <strong>de</strong> referírmelas.<br />
—De ninguna manera —dijo Bryan Martin, irritado—. Yo vine... Poirot levantó<br />
una mano.<br />
—Usted vino, aparentemente, a contarme la enmarañada historia <strong>de</strong> cierta<br />
persecución. Un cuento tan inverosímil, que un niño lo hubiese comprendido.<br />
Seguramente la sacó usted <strong>de</strong> alguna película antigua. «Una muchacha cuyo<br />
consentimiento necesitaba usted para obrar. Un hombre al que reconoció<br />
gracias a un diente <strong>de</strong> oro.» Mon ami, ningún joven lleva en nuestros días un<br />
diente <strong>de</strong> oro; eso ya no lo usa nadie, y menos en América. El diente <strong>de</strong> oro es<br />
un objeto pasado <strong>de</strong> moda. Por tanto, era una cosa absurda. Una vez que soltó<br />
su fantástica historia, pasó a lo verda<strong>de</strong>ramente importante <strong>de</strong> su visita, a<br />
infiltrar en mi cerebro la sospecha sobre lady <strong>Edgware</strong>. Para <strong>de</strong>cirlo con más<br />
claridad, usted preparaba el terreno para el caso <strong>de</strong> que ella asesinase a su<br />
marido.<br />
—No entiendo lo que usted quiere <strong>de</strong>cir —refunfuñó Bryan Martin. Su rostro