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La Muerte de Lord Edgware

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tranquilamente a su alre<strong>de</strong>dor, sin la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que pudiese haber dicho<br />

una tontería.<br />

Entonces me fijé en el duque. Estaba con los labios apretados y rojo como<br />

una grana. Me hizo el efecto <strong>de</strong> que aquellas palabras <strong>de</strong> Jane le habían<br />

alejado mucho <strong>de</strong> ella. Había sido una prueba <strong>de</strong> que para un hombre <strong>de</strong> su<br />

posición casarse con Jane Wilkinson era un verda<strong>de</strong>ro perjuicio.<br />

Como ocurre a menudo, pregunté lo que primero se me ocurrió a mi vecina,<br />

una corpulenta señora que se <strong>de</strong>dicaba a preparar representaciones teatrales<br />

infantiles. Recuerdo que le pregunté: «¿Quién es aquella señora tan rara,<br />

vestida <strong>de</strong> rojo, que está allí, al final <strong>de</strong> la mesa?» Dio la casualidad <strong>de</strong> que<br />

aquella señora rara era hermana <strong>de</strong> mi vecina. Después <strong>de</strong> pedirle mil<br />

perdones, me volví hacia Ross y le dirigí algunas preguntas, a las que<br />

solamente respondió con monosílabos. Fue entonces cuando al verme<br />

rechazado por mis dos vecinos, me fijé en Bryan Martin. Sin duda <strong>de</strong>bió <strong>de</strong><br />

llegar a la fiesta con retraso, pues no le había visto antes. Estaba en el mismo<br />

lado <strong>de</strong> la mesa que yo, y se inclinaba hacia a<strong>de</strong>lante para conversar animadamente<br />

con una bellísima rubia. Hacía algún tiempo que no le había visto, y me<br />

sorprendió que hubiese mejorado tanto <strong>de</strong> aspecto. Su expresión macilenta<br />

había <strong>de</strong>saparecido. Parecía más joven y más satisfecho, y su risa <strong>de</strong>mostraba<br />

cuan alegre estaba. No pu<strong>de</strong> observarle mejor, porque en aquel momento mi<br />

voluminosa vecina se dignó perdonarme y me permitió graciosamente escuchar<br />

una larga disertación acerca <strong>de</strong> las bellezas que encerraba una función teatral<br />

infantil que estaba organizando para una fiesta <strong>de</strong> caridad.<br />

Poirot tuvo que irse pronto. Estaba investigando la misteriosa <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong><br />

los zapatos <strong>de</strong> un embajador, y a causa <strong>de</strong> ello <strong>de</strong>bía acudir a una cita a las<br />

dos y media. Me encargó que le <strong>de</strong>spidiese <strong>de</strong> mistress Widburn. Mientras<br />

aguardaba el momento oportuno para cumplir su encargo, que no era cosa<br />

fácil, pues en aquel momento mistress Widburn estaba ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> amigos,<br />

alguien me tocó en el hombro.<br />

Era el joven Ross.<br />

—¿Está aquí monsieur Poirot? Quisiera hablar con él.<br />

Le dije que Poirot acababa <strong>de</strong> marcharse.<br />

Ross pareció contrariado. Le miré más atentamente y noté que estaba<br />

conmovido.

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