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La Muerte de Lord Edgware

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una manera muy extraña. Se lo dije a mi señora, pero ella se echó a reír.<br />

Parece como si se distrajese mostrando su po<strong>de</strong>r. ¿Compren<strong>de</strong> usted lo que<br />

quiero <strong>de</strong>cir?<br />

—Sí —dijo Poirot pensativamente—. Creo que la comprendo.<br />

—Hasta ahora no habíamos vuelto a saber casi nada <strong>de</strong> él. Tal vez lo haya<br />

olvidado.<br />

—Tal vez.<br />

Había algo en la voz <strong>de</strong> Poirot que pareció alarmarla. Preguntó<br />

ansiosamente:<br />

—No creerá usted que mi señora corre peligro.<br />

—Sí —dijo Poirot—; creo que corre un gran peligro. Pero lo lleva en ella<br />

misma<br />

Su mano se <strong>de</strong>slizó sin objeto por la repisa <strong>de</strong> la chimenea, tropezando con<br />

un jarrón lleno <strong>de</strong> rosas y haciéndolo caer. El agua se <strong>de</strong>rramó sobre el rostro y<br />

la cabeza <strong>de</strong> Ellis. Pocas veces había visto a Poirot tan torpe. Debía <strong>de</strong> estar<br />

muy preocupado. Él mismo fue a buscar una toalla, y mientras se <strong>de</strong>shacía en<br />

excusas, ayudó amablemente a la camarera a secarse la cara y el cuello.<br />

Al fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> estrechar fuertemente su mano, la acompañó hasta la<br />

puerta, dándole gracias por su amabilidad <strong>de</strong> haber venido.<br />

—Pero aún es pronto —dijo mirando el reloj—. Estará usted <strong>de</strong> vuelta antes<br />

que su señora.<br />

—Seguramente. Creo que cenará fuera Pero, <strong>de</strong> todas maneras, nunca<br />

quiere que la espere, a menos que me lo haya advertido antes.<br />

De pronto, Poirot exclamó:<br />

—Perdóneme, señorita; pero parece que cojea usted.<br />

—No es nada; son los pies, que me duelen un poco.<br />

—¿Callos? —preguntó Poirot confi<strong>de</strong>ncialmente, como lo hace uno que sufre<br />

un mal y se lo pregunta a otro que también pa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> él.<br />

Parece que efectivamente sufría <strong>de</strong> los callos. Poirot le explicó cierto remedio<br />

que, según él, hacía milagros.<br />

Por fin, Ellis se marchó. Yo estaba lleno <strong>de</strong> curiosidad.<br />

—¿Qué, Poirot, qué me dices? —pregunté.<br />

—Por esta noche, nada. Mañana por la mañana, temprano, telefonearemos a<br />

Japp y le diremos que venga. También telefonearemos a Bryan Martin, pues

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