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que estaba íntegramente confeccionado a mano y adornado
con todo tipo de primores: las sábanas iban bordadas, como
las toallas y las mantelerías; a los camisones, además de
bordados se les añadían encajes y puntillas, y la ropa interior
(enaguas, camisas, refajos y calzonas) iba rodeada de
vainicas como mínimo. La confección del ajuar llevaba años, y
se consideraba más hacendosa, buena y preparada a la chica
que más primores hubiera bordado en su ajuar.
Esta tarea de los primores no acababa con el
matrimonio ni mucho menos: la casa debía tener pañitos
decorativos hechos por la mujer de la casa por doquier, y la
canastilla y absolutamente toda la ropa de los recién nacidos
se bordaba con las labores ya referidas u otras específicas,
como podían ser los frunces o las llamadas flores del minuto,
por ejemplo. Y la ropa interior y hasta los pañuelos del marido
llevaban primores. Los pañuelos llevaban todo el filo de
vainica las iniciales de su dueño bordadas. Además se tejían
jerseys, abrigos y toquillas de punto para todos los miembros
de la familia.
Y para entretenerse y relajarse las mujeres tenían el
crochet, que precisa menor cantidad de luz y/o agudeza visual
pero mantiene las manos y la mente ocupadas. Y de ganchillo
pueden realizarse infinidad de piezas, como cortinas, colchas,
prendas de vestir o simplemente tapetes decorativos.
Así, puede verse que las mujeres en el medio rural
pasaban muchísimas horas de su tiempo a lo largo de toda su
vida creando su pequeño arte, haciendo primores.
Estas labores se realizaban normalmente en el
domicilio de cada mujer. Las mujeres de cada familia se
sentaban a coser tras haber acabado las tareas domésticas y
de cuidado de niños y/o dependientes que tenían a su cargo y
“descansaban” así. En algunos pueblos, no en todos, en
verano se reunían en algún lugar resguardado del calor
mujeres amigas, o vecinas, y juntas hacían cada una sus
primores. Este hecho suponía la posibilidad de conversar con
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