Actas da - Xunta de Galicia

Celia Ruiz
cierto modo, son el equivalente a sus “leyes” o normas de obligado cumplimiento,
lo que exige un margen temporal para su conocimiento, implementación
y, en particular, de reflexión y análisis.
Si a esta realidad añadimos que el profesorado carece de una formación de
origen que le haya permitido conocer y reflexionar con una cierta anticipación
en el carácter plural y diverso que es común a nuestras escuelas del presente, la
tarea se hace doblemente compleja.
Propuestas a modo de conclusión
No parece imaginable que, ante un panorama como el descrito las soluciones
vengan exclusivamente de uno de los sectores, ni siquiera cuando éste sea el
educativo. Mucho menos si consideramos que la tantas veces mencionada pluralidad
lingüística y étnica sobrepasa cualquier razonable propósito que conllevara
el conocimiento funcional de tal variedad de lenguas por parte del profesorado,
meta ilusa donde las haya. Pero, al margen de la necesaria colaboración de
tantas y variadas instancias sociales, cuando las sociedades plantean o generan
determinados retos como el que nos ocupa, se está obligado a ofrecer/intentar
buscar soluciones a los mismos.
Algunas de ellas, a nuestro juicio, están en el terreno del cambio de actitudes.
Y ahora recogemos el argumento inicial: mientras el profesorado no disponga
en su formación inicial de un riguroso conocimiento de la variabilidad de su
alumnado (lo que, curiosamente ya la actual legislación educativa asume en el
terreno del desarrollo cognitivo y en el llamado “respeto a los ritmos de aprendizaje”,
etc.), y una consiguiente valoración y respeto de sus lenguas y cultura,
esta diversificación del alumnado real será contemplada como una “divergencia”,
un “atipismo” y se seguirán manteniendo actitudes de resistencia, y, en
consecuencia, enfrentarse a él como si de algo excepcional se tratara, excepcionalidad
que, como venimos insistiendo es la norma.
Esa pretendida formación ignoro si pasa por la incorporación en los Planes de
Estudio de materias tales como “Historia de la cultura universal”, una nueva
“Filosofía de la Educación”/Sociología de la Educación y Sociolingüística, o incluso
una “Historia de las religiones”, y me atrevería a decir que no estaría de
más una formación “Ética”. Lo que es ineludible es, tras el necesario debate, la
adopción de decisiones.
Y ya pueden ustedes adivinar hacia qué modelo de formación me inclino, aun
cuando no dude de la propia dificultad para implementarla.
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