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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

127<br />

Isabel Allende<br />

apasionamiento de su madre y los demás por identificarlos. Estaba muy ocupada en la<br />

<strong>casa</strong>, porque Clara se desentendió de los asuntos domésticos con el pretexto de que<br />

jamás tuvo aptitud para ellos. La gran <strong>casa</strong> de la esquina requería un ejército de<br />

sirvientes para mantenerla limpia y el séquito de su madre obligaba a tener turnos<br />

permanentes en la cocina. Había que cocinar granos y yerbas para algunos, verduras y<br />

pescado crudo para otros, frutas y leche agria para las tres hermanas Mora y<br />

suculentos platos de carne, dulces y otros venenos para Jaime y Nicolás, que tenían un<br />

apetito insaciable y todavía no habían adquirido sus propias mañas. Con el tiempo<br />

ambos pasarían hambre: Jaime por solidaridad con los pobres y Nicolás para purificar<br />

su alma. Pero en esa época todavía eran dos robustos jóvenes ansiosos de gozar los<br />

placeres de la vida.<br />

Jaime había entrado a la universidad y Nicolás vagaba buscando su destino. Tenían<br />

un automóvil prehistórico, comprado con el producto de las bandejas de plata que se<br />

habían robado de la <strong>casa</strong> de sus padres. Lo bautizaron Covadonga, en recuerdo de los<br />

abuelos Del Valle. Covadonga había sido desarmado y vuelto a armar tantas veces con<br />

otras piezas, que es<strong>casa</strong>mente podía andar. Se desplazaba con un estrépito de su<br />

roñoso motor, escupiendo humo y tuercas por el tubo de escape. Los hermanos lo<br />

compartían salomónicamente: los días pares lo usaba Jaime y los nones, Nicolás.<br />

Clara estaba dichosa de vivir con sus hijos y se dispuso a iniciar una relación<br />

amistosa. Había tenido poco contacto con ellos durante su infancia y en el afán de que<br />

se «hicieran hombres», había perdido las mejores horas de sus hijos y había tenido<br />

que guardarse todas sus ternuras. Ahora que estaban en sus proporciones adultas,<br />

hechos hombres finalmente, podía darse el gusto de mimarlos como debió haberlo<br />

hecho cuando eran pequeños, pero ya era tarde, porque los mellizos se habían criado<br />

sin sus caricias y habían terminado por no necesitarlas. Clara se dio cuenta de que no<br />

le pertenecían. No perdió la cabeza tu el buen ánimo. Aceptó a los jóvenes tal como<br />

eran y se dispuso a gozar de su presencia sin pedir nada a cambio.<br />

Blanca, sin embargo, rezongaba porque sus hermanos habían convertido la <strong>casa</strong> en<br />

un muladar. A su paso quedaba un reguero de desorden, estropicio y bulla. La joven<br />

engordaba a ojos vista y parecía cada día más lánguida y malhumorada. Jaime se fijó<br />

en la barriga de su hermana y acudió donde su madre.<br />

-Creo que Blanca está embarazada, mamá -dijo sin preámbulos.<br />

-Me lo imaginaba, hijo -suspiró Clara.<br />

Blanca no lo negó y, una vez confirmada la noticia, Clara lo escribió con su redonda<br />

caligrafía en el cuaderno de anotar la vida. Nicolás levantó la vista de sus prácticas de<br />

horóscopo chino y sugirió que había que decírselo al padre, porque dentro de un par de<br />

semanas el asunto ya no podría disimularse y todo el mundo se iba a enterar.<br />

-¡Nunca diré quién es el padre! -dijo Blanca con firmeza.<br />

-No me refiero el padre de la criatura, sino al nuestro -dijo su hermano-. Papá tiene<br />

derecho a saberlo por nosotros, antes que se lo cuente otra persona.<br />

-Pongan un telegrama al campo -sugirió Clara tristemente. Se daba cuenta de que<br />

cuando se enterara Esteban Trucha, el niño de Blanca se convertiría en una tragedia.<br />

Nicolás redactó el mensaje con el mismo espíritu criptográfico con que hacía versos<br />

a Amanda, para que la telegrafista del pueblo no pudiera entender el telegrama y<br />

propagar el chisme: «Envíe instrucciones en cinta blanca. Punto». Igual que la<br />

telegrafista, Esteban Trueba no pudo descifrarlo y tuvo que llamar por teléfono a su<br />

<strong>casa</strong> en la capital para enterarse del asunto. A Jaime le tocó explicárselo y agregó que<br />

el embarazo estaba tan avanzado, que no se podía pensar en ninguna solución<br />

drástica. Al otro lado de la línea hubo un largo y terrible silencio y después su padre

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