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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
251<br />
Isabel Allende<br />
prostíbulo. Me costó relacionarla con la mujer de antaño poseedora de una serpiente<br />
tatuada alrededor del ombligo. Me puse de pie para saludarla y no pude tutearla como<br />
antes.<br />
-Se ve muy bien, Tránsito -dije, calculando que debía haber pasado los sesenta y<br />
cinco años.<br />
-Me ha ido bien, patrón. ¿Se acuerda que cuando nos conocimos le dije que algún<br />
día yo sería rica? -sonrió ella.<br />
-Me alegro que lo haya conseguido.<br />
Nos sentamos lado a lado en la cama redonda. Tránsito sirvió un coñac para cada<br />
uno y me contó que la cooperativa de putas y maricones había sido un negocio<br />
estupendo durante diez largos años, pero que los tiempos habían cambiado y tuvieron<br />
que darle otro giro, porque por culpa de la libertad de las costumbres, el amor libre, la<br />
píldora y otras innovaciones, ya nadie necesitaba prostitutas, excepto los marineros y<br />
los viejos. «Las niñas decentes se acuestan gratis, imagínese la competencia», dijo<br />
ella. Me explicó que la cooperativa empezó a arruinarse y las socias tuvieron que ir a<br />
trabajar en otros oficios mejor remunerados y hasta Mustafá partió de vuelta a su<br />
patria. Entonces se le ocurrió que lo que se necesitaba era un hotel de citas, un sitio<br />
agradable para que las parejas clandestinas pudieran hacer el amor y donde un<br />
hombre no tuviera vergüenza de llevar a una novia por la primera vez. Nada de<br />
mujeres, ésas las pone el cliente. Ella misma lo decoró, siguiendo los impulsos de su<br />
fantasía y teniendo en consideración el gusto de la clientela y así, gracias a su visión<br />
comercial, que le indujo a crear un ambiente diferente en cada rincón disponible, el<br />
hotel Cristóbal Colón se convirtió en el paraíso de las almas perdidas y de los amantes<br />
furtivos. Tránsito Soto hizo salones franceses con muebles capitoné, pesebres con<br />
heno fresco y caballos de cartón piedra que observaban a los enamorados con sus<br />
inmutables ojos de vidrio pintado, cavernas prehistóricas, con estalactitas y teléfonos<br />
forrados en piel de puma.<br />
-En vista de que no ha venido a hacer el amor, patrón, vamos a hablar a mi oficina,<br />
para dejarle este cuarto a la clientela -dijo Tránsito Soto.<br />
Por el camino me contó que después del Golpe, la policía política había allanado el<br />
hotel un par de veces, pero cada vez que sacaban a las parejas de la cama y las<br />
arreaban a punta de pistola hasta el salón principal, se encontraban con que había uno<br />
o dos generales entre los clientes, de modo que habían dejado de molestar. Tenía muy<br />
buenas relaciones con el nuevo gobierno, tal como había tenido con todos los<br />
gobiernos anteriores. Me dijo que el Cristóbal Colón era un negocio floreciente y que<br />
todos los años ella renovaba algunos decorados, cambiando naufragios en islas<br />
polinésicas por severos claustros monacales y columpios barrocos por potros de<br />
tormento, según la moda, pudiendo introducir tanta cosa en una residencia de<br />
proporciones relativamente normales, gracias al artilugio de los espejos y las luces,<br />
que podían multiplicar el espacio, engañar al clima, crear el infinito y suspender el<br />
tiempo.<br />
Llegamos a su oficina, decorada como una cabina de aeroplano, desde donde<br />
manejaba su increíble organización con la eficiencia de un banquero. Me contó cuántas<br />
sábanas se lavaban, cuánto papel higiénico se gastaba, cuántos licores se consumían,<br />
cuántos huevos de codorniz se cocían diariamente -son afrodisíacos-, cuánto personal<br />
se necesitaba y a cuánto ascendía la cuenta de luz, agua y teléfono, para mantener<br />
navegando aquel descomunal portaaviones de los amores prohibidos.<br />
-Y ahora, patrón, dígame qué puedo hacer por usted-dijo finalmente Tránsito Soto,<br />
acomodándose en su sillón reclinable de piloto aéreo, mientras jugueteaba con las