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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

202<br />

Isabel Allende<br />

las elecciones segura del triunfo, arrogante y dividida. Jaime replicó que aunque se lo<br />

dijeran a todo el mundo, nadie iba a creerlo, ni los mismos socialistas, y para probarlo<br />

se lo anunció a su padre.<br />

Jaime siguió trabajando catorce horas diarias, incluso los domingos, sin participar en<br />

la contienda política. Estaba acobardado por el rumbo violento de aquella lucha, que<br />

estaba polarizando las fuerzas en dos extremos, dejando al centro sólo un grupo<br />

indeciso y voluble, que esperaba ver perfilarse al ganador para votar por él. No se dejó<br />

provocar por su padre, que aprovechaba todas las ocasiones en que estaban juntos<br />

para advertirlo sobre las maniobras del comunismo internacional y el caos que azotaría<br />

a la patria en el caso improbable que triunfara la izquierda. La única vez que Jaime<br />

perdió la paciencia fue cuando una mañana encontró la ciudad tapizada de afiches<br />

truculentos donde aparecía una madre barrigona y desolada, que intentaba inútilmente<br />

arrebatar su hijo a un soldado comunista que se lo llevaba a Moscú. Era la campaña<br />

del terror organizada por el senador Trueba y sus correligionarios, con ayuda de<br />

expertos extranjeros importados especialmente para ese fin. Aquello fue demasiado<br />

para Jaime. Decidió que no podía vivir bajo el mismo techo que su padre, cerró su<br />

túnel, se llevó su ropa y se fue a dormir al hospital.<br />

Los acontecimientos se precipitaron en los últimos meses antes de la elección. En<br />

todas las murallas estaban los retratos de los candidatos, tiraron volantes desde el aire<br />

con aviones y taparon las calles con una basura impresa que caía como nieve del cielo,<br />

las radios aullaban las consignas políticas y se cruzaron las apuestas más<br />

descabelladas entre los partidarios de cada bando. En las noches salían los jóvenes en<br />

pandillas para tomar por asalto a sus enemigos ideológicos. Se organizaron<br />

concentraciones multitudinarias para medir la popularidad de cada Partido y con cada<br />

una se atochaba la ciudad y se apiñaba la gente en igual medida. Alba estaba eufórica,<br />

pero Miguel le explicó que la elección era una bufonada y que cualquiera que ganara<br />

daba lo mismo, porque se trataba de la misma jeringa con distinto bitoque y que la<br />

revolución no se podía hacer desde las urnas electorales, sino con la sangre del pueblo.<br />

La idea de una revolución pacífica en democracia y con plena libertad era un<br />

contrasentido.<br />

-¡Ese pobre muchacho está loco! -exclamó Jaime cuando Alba se lo contó -. Vamos a<br />

ganar y tendrá que tragarse sus palabras.<br />

Hasta ese momento, Jaime había conseguido eludir a Miguel. No quería conocerlo.<br />

Unos secretos e inconfesables celos lo atormentaban. Había ayudado a nacer a Alba y<br />

la había tenido mil veces sentada en sus rodillas, le había enseñado a leer, le había<br />

pagado el colegio y celebrado todos sus cumpleaños, se sentía como su padre y no<br />

podía evitar la inquietud que le producía verla convertida en mujer. Había notado el<br />

cambio en los últimos años y se engañaba con falsos argumentos, a pesar de que su<br />

experiencia cuidando a otros seres humanos le había enseñado que sólo el<br />

conocimiento del amor puede dar ese esplendor a una mujer. De la noche a la mañana<br />

había visto madurara Alba, abandonando las formas imprecisas de la adolescencia,<br />

para acomodarse en su nuevo cuerpo de mujer satisfecha y apacible. Esperaba con<br />

absurda vehemencia que el enamoramiento de su sobrina fuera un sentimiento<br />

pasajero, porque en el fondo no quería aceptar que necesitara a otro hombre más que<br />

a él. Sin embargo, no pudo seguir ignorando a Miguel. En esos días, Alba le contó que<br />

su hermana estaba enferma.<br />

-Quiero que hables con Miguel, tío. Él te va a contar de su hermana. ¿Harías eso por<br />

mí? -pidió Alba.<br />

Cuando Jaime conoció a Miguel, en un cafetín del barrio, toda su suspicacia no pudo<br />

impedir que una oleada de simpatía lo hiciera olvidar su antagonismo, porque el

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