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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
193<br />
Isabel Allende<br />
cambios que necesitaba el mundo y contagiándose unos a otros con la pasión de las<br />
ideas. Volvía a su <strong>casa</strong> tarde en la noche, con la boca amarga y la ropa impregnada de<br />
olor a tabaco rancio, con la cabeza caliente de heroísmos, segura de que, llegado el<br />
momento, podría dar su vida por una causa justa. Por amor a Miguel, y no por<br />
convicción ideológica, Alba se atrincheró en la universidad junto a los estudiantes que<br />
se tomaron el edificio en apoyo a una huelga de trabajadores. Fueron días de<br />
campamento, de discursos inflamados, de gritar insultos a la policía desde las ventanas<br />
hasta quedar afónicos. Hicieron barricadas con sacos de tierra y adoquines que<br />
desprendieron del patio principal, tapiaron las puertas y ventanas con la intención de<br />
transformar el edificio en una fortaleza y el resultado fue una mazmorra de la cual era<br />
mucho más difícil para los estudiantes salir, que para la policía entrar. Fue la primera<br />
vez que Alba pasó la noche fuera de su <strong>casa</strong>, acunada en los brazos de Miguel, entre<br />
montones de periódicos y botellas vacías de cerveza, en la cálida promiscuidad de los<br />
compañeros, todos jóvenes, sudados, con los ojos enrojecidos por el sueño atrasado y<br />
el humo, un poco hambrientos y sin nada de miedo, porque aquello. se parecía más a<br />
un juego que a una guerra. El primer día lo pasaron tan ocupados haciendo barricadas<br />
y movilizando sus cándidas defensas, pintando pancartas y hablando por teléfono, que<br />
no tuvieron tiempo para preocuparse cuando la policía les cortó el agua y la<br />
electricidad.<br />
Desde el primer momento, Miguel se convirtió en el alma de la toma, secundado por<br />
el profesor Sebastián Gómez, quien a pesar de sus piernas baldadas, los acompañó<br />
hasta el final. Esa noche cantaron para darse ánimos y cuando se cansaron de las<br />
arengas, las discusiones y los cantos, se acomodaron en grupos para pasar la noche lo<br />
mejor posible. El último en descansar fue Miguel, que parecía ser el único que sabía<br />
cómo actuar. Se hizo cargo de la distribución del agua, juntando en recipientes hasta<br />
la que había almacenada en los estanques de los excusados, improvisó una cocina y<br />
produjo, nadie sabe de dónde, café instantáneo, galletas y unas latas de cerveza. Al<br />
día siguiente, el hedor de los baños sin agua era terrible, pero Miguel organizó la<br />
limpieza y ordenó que no se ocuparan: había que hacer sus necesidades en el patio, en<br />
un hoyo cavado junto a la estatua de piedra del fundador de la universidad. Miguel<br />
dividió a los muchachos en cuadrillas y los mantuvo todo el día ocupados, con tanta<br />
habilidad, que no se notaba su autoridad. Las decisiones parecían surgir<br />
espontáneamente de los grupos.<br />
-¡Parece que fuéramos a quedarnos por varios meses! -comentó Alba, encantada<br />
con la idea de estar sitiados.<br />
En la calle, rodeando el antiguo edificio, se colocaron estratégicamente los carros<br />
blindados de la policía. Comenzó una tensa espera que iba a prolongarse por varios<br />
días.<br />
-Se plegarán los estudiantes de todo el país, los sindicatos, los colegios<br />
profesionales. Tal vez caiga el gobierno -opinó Sebastián Gómez.<br />
-No lo creo -replicó Miguel-. Pero lo que importa es establecer la protesta y no dejar<br />
el edificio hasta que se firme el pliego de peticiones de los trabajadores.<br />
Comenzó a llover suavemente y muy temprano se hizo de noche dentro del edificio<br />
sin luz. Encendieron algunas improvisadas lámparas con gasolina y una mecha<br />
humeante en tarros. Alba pensó que también habían cortado el teléfono, pero<br />
comprobó que la línea funcionaba. Miguel explicó que la policía tenía interés en saber<br />
lo que ellos hablaban y los previno respecto a las conversaciones. De todos modos,<br />
Alba llamó a su <strong>casa</strong> para avisar que se quedaría junto a sus compañeros hasta la<br />
victoria final o la muerte, lo cual le sonó falso una vez que lo hubo dicho. Su abuelo<br />
arrebató el aparato de la mano de Blanca y con la entonación iracunda que su nieta