02.10.2012 Views

allende-i-casa-espiritus

allende-i-casa-espiritus

allende-i-casa-espiritus

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

232<br />

Isabel Allende<br />

cuando comenzaron a entregar a sus antiguos dueños las tierras que la reforma<br />

agraria había repartido, se tranquilizaron: habían vuelto a los buenos tiempos. Vieron<br />

que sólo una dictadura podía actuar con el peso de la fuerza y sin rendirle cuentas a<br />

nadie, para garantizar sus privilegios, así es que dejaron de hablar de política y<br />

aceptaron la idea de que ellos iban a tener el poder económico, pero los militares iban<br />

a gobernar. La única labor de la derecha fue asesorarlos en la elaboración de los<br />

nuevos decretos y las nuevas leyes. En pocos días eliminaron los sindicatos, los<br />

dirigentes obreros estaban presos o muertos, los partidos políticos declarados en<br />

receso indefinido y todas las organizaciones de trabajadores y estudiantes, y hasta los<br />

colegios profesionales, desmantelados. Estaba prohibido agruparse. El único sitio<br />

donde la gente podía reunirse era en la iglesia, de modo que al poco tiempo la religión<br />

se puso de moda y los curas y las monjas tuvieron que postergar sus labores<br />

espirituales para socorrer las necesidades terrenales de aquel rebaño perdido. El<br />

gobierno y los empresarios empezaron a verlos como enemigos potenciales y algunos<br />

soñaron con resolver el problema asesinando al cardenal, en vista de que el Papa,<br />

desde Roma, se negó a sacarlo de su puesto y enviarlo a un asilo para frailes<br />

alienados.<br />

Una gran parte de la clase media se alegró con el Golpe Militar, porque significaba la<br />

vuelta al orden, a la pulcritud de las costumbres, las faldas en las mujeres y el pelo<br />

corto en los hombres, pero pronto empezó a sufrir el tormento de los precios altos y la<br />

falta de trabajo. No alcanzaba el sueldo para comer. En todas las familias había alguien<br />

a quien lamentar y ya no pudieron decir, como al principio, que si estaba preso,<br />

muerto o exiliado, era porque se lo merecía. Tampoco pudieron seguir negando la<br />

tortura.<br />

Mientras florecían los negocios lujosos, las financieras milagrosas, los restaurantes<br />

exóticos y las <strong>casa</strong>s importadoras, en las puertas de las fábricas hacían cola los<br />

cesantes esperando la oportunidad de emplearse por un jornal mínimo. La mano de<br />

obra descendió a niveles de esclavitud y los patrones pudieron, por primera vez desde<br />

hacía muchas décadas, despedir a los trabajadores a su antojo, sin pagarles<br />

indemnización, y meterlos presos a la menor protesta.<br />

En los primeros meses, el senador Trueba participó del oportunismo de los de su<br />

clase. Estaba convencido de que era necesario un período de dictadura para que el país<br />

volviera al redil del cual nunca debió haber salido. Fue uno de los primeros<br />

terratenientes en recuperar su propiedad. Le devolvieron Las Tres Marías en ruinas,<br />

pero íntegra, hasta el último metro cuadrado. Hacía casi dos años que estaba<br />

esperando ese momento, rumiando su rabia. Sin pensarlo dos veces, se fue al campo<br />

con media docena de matones a sueldo y pudo vengarse a sus anchas de los<br />

campesinos que se habían atrevido a desafiarlo y a quitarle lo suyo. Llegaron allá una<br />

luminosa mañana de domingo, poco antes de la Navidad. Entraron al fundo con un<br />

alboroto de piratas. Los matones se metieron por todos lados, arreando con la gente a<br />

gritos, golpes y patadas, juntaron en el patio a humanos y a animales, y luego rociaron<br />

con gasolina las casitas de ladrillo, que antes habían sido el orgullo de Trueba, y les<br />

prendieron fuego con todo lo que contenían. Mataron las bestias a tiros. Quemaron los<br />

arados, los gallineros, las bicicletas y hasta las cunas de los recién nacidos, en un<br />

aquelarre de mediodía que por poco mata al viejo Trueca de alegría. Despidió a todos<br />

los inquilinos con la advertencia de que si volvía a verlos rondando por la propiedad,<br />

sufrirían la misma suerte que los animales. Los vio partir más pobres de lo que nunca<br />

fueron, en una larga y triste procesión, llevándose a sus niños, sus viejos, los pocos<br />

perros que sobrevivieron al tiroteo, alguna gallina salvada del infierno, arrastrando los<br />

pies por el camino de polvo que los alejaba de la tierra donde habían vivido por<br />

generaciones. En el portón de Las Tres Marías había un grupo de gente miserable

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!