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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

45<br />

Isabel Allende<br />

buen año. Esteban Trueba y otros terratenientes de la región se juntaban en el club del<br />

pueblo para planear la acción política antes de las elecciones. Los campesinos todavía<br />

vivían igual que en tiempos de la Colonia y no habían oído hablar de sindicatos, ni de<br />

domingos festivos, ni de un salario mínimo, pero ya comenzaban a infiltrarse en los<br />

fundos los delegados de los nuevos partidos de izquierda, que entraban disfrazados de<br />

evangélicos, con una Biblia en un sobaco y sus panfletos marxistas en el otro,<br />

predicando simultáneamente la vida abstemia y la muerte por la revolución. Estos<br />

almuerzos de confabulación de los patrones terminaban en borracheras romanas o en<br />

peleas de gallos y al anochecer tomaban por asalto el Farolito Rojo, donde las<br />

prostitutas de doce años y Carmelo, el único marica del burdel y del pueblo, bailaban<br />

al son de una vitrola antediluviana, bajo la mirada alerta de la Sofía, que ya no estaba<br />

para esos trotes, pero que todavía tenía energía para regentarlo con mano de hierro y<br />

para impedir que se metieran los gendarmes a fregar la paciencia y los patrones a<br />

propasarse con las muchachas, jodiendo sin pagar. Entre todas, Tránsito Soto era la<br />

que mejor bailaba y la que más resistía los embistes de los borrachos, era incansable y<br />

nunca se quejaba de nada, como si tuviera la virtud tibetana de dejar su mísero<br />

esqueleto de adolescente en manos del cliente y trasladar su alma a una región lejana.<br />

A Esteban Trueba le gustaba, porque no tenía remilgos para las innovaciones y las<br />

brutalidades del amor, sabía cantar con voz de pájaro ronco, y porque una vez le dijo<br />

que ella iba a llegar muy lejos y eso le hizo gracia.<br />

-No me voy a quedar en el Farolito Rojo toda la vida, patrón. Me voy a ir a la<br />

capital, porque quiero ser rica y famosa -dijo.<br />

Esteban iba al lupanar porque era el único lugar de diversión del pueblo, pero no era<br />

hombre de prostitutas. No le gustaba pagar por lo que podía obtener por otros medios.<br />

A Tránsito Soto, sin embargo, la apreciaba. La joven lo hacía reír.<br />

Un día, después de hacer el amor, se sintió generoso, lo que no le ocurría casi<br />

nunca, y preguntó a Tránsito Soto si le gustaría que le hiciera un regalo.<br />

-¡Préstame cincuenta pesos, patrón! -pidió ella al punto.<br />

-Es mucha plata. ¿Para qué la quieres?<br />

-Para un pasaje en tren, un vestido rojo, unos zapatos con tacón, un frasco de<br />

perfume y para hacerme la permanente. Es todo lo que necesito para empezar. Se los<br />

voy a devolver algún día, patrón. Con intereses.<br />

Esteban le dio los cincuenta pesos porque ese día había vendido cinco novillos y<br />

andaba con los bolsillos repletos de billetes, y también porque la fatiga del placer<br />

satisfecho lo ponía algo sentimental.<br />

-Lo único que siento es que no te voy a volver a ver, Tránsito. Me había<br />

acostumbrado a ti.<br />

-Sí nos vamos a ver, patrón. La vida es larga y tiene muchas vueltas.<br />

Esas comilonas en el club, las riñas de gallos y las tardes en el burdel, culminaron<br />

en un plan inteligente, aunque no del todo original, para hacer votar a los campesinos.<br />

Les dieron una fiesta con empanadas y mucho vino, se sacrificaron algunas reses para<br />

asarlas, les tocaron canciones en la guitarra, les endilgaron algunas arengas patrióticas<br />

y les prometieron que si salía el candidato conservador tendrían una bonificación, pero<br />

si salía cualquier otro, se quedaban sin trabajo. Además, controlaron las urnas y<br />

sobornaron a la policía. A los campesinos, después de la fiesta, los echaron dentro de<br />

unas carretas y los llevaron a votar, bien vigilados, entre bromas y risas, la única<br />

oportunidad en que tenían familiaridades con ellos, compadre para acá, compadre para<br />

allá, cuente conmigo, que yo no le fallo, patroncito, así me gusta, hombre, que tengas

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