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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
196<br />
Isabel Allende<br />
desde las mirillas mientras cruzaba el estacionamiento vacío. Los carabineros habían<br />
estrechado filas y le ordenaron, con un altoparlante, detenerse, depositar la bandera<br />
en el suelo y avanzar con las manos en la nuca.<br />
-¡Esto parece una guerra! -comentó Gómez.<br />
Poco después regresó Miguel y ayudó a Alba a ponerse en pie. La misma joven que<br />
antes había criticado los quejidos de Alba, la tomó de un brazo y los tres salieron del<br />
edificio sorteando las barricadas y los sacos de tierra, iluminados por los potentes<br />
reflectores de la policía. Alba apenas podía caminar, se sentía avergonzada y le daba<br />
vueltas la cabeza. Una patrulla les salió al paso a medio camino y Alba se encontró a<br />
pocos centímetros de un uniforme verde y vio una pistola que la apuntaba a la altura<br />
de la nariz. Levantó la vista y enfrentó un rostro moreno con ojos de roedor. Supo al<br />
punto quién era: Esteban García.<br />
-¡Veo que es la nieta del senador Trueba! -exclamó García con ironía.<br />
Así se enteró Miguel de que ella no le había dicho toda la verdad. Sintiéndose<br />
traicionado, la depositó en las manos del otro, dio media vuelta y regresó arrastrando<br />
su bandera blanca por el suelo, sin darle ni una mirada de despedida, acompañado por<br />
Ana Díaz, que iba tan sorprendida y furiosa como él.<br />
-¿Qué te pasa? -preguntó García señalando con su pistola los pantalones de Alba-.<br />
¡Parece un aborto!<br />
Alba enderezó la cabeza y lo miró a los ojos.<br />
-Eso no le importa. ¡Lléveme a mi <strong>casa</strong>! -ordenó copiando el tono autoritario que<br />
empleaba su abuelo con todos los que no consideraba de su misma clase social.<br />
García vaciló. Hacía mucho tiempo que no oía una orden en boca de un civil y tuvo<br />
la tentación de llevarla al retén y dejarla pudriéndose en una celda, bañada en su<br />
propia sangre, hasta que le rogara de rodillas, pero en su profesión había aprendido la<br />
lección de que había otros mucho más poderosos que él y que no podía darse el lujo<br />
de actuar con impunidad. Además, el recuerdo de Alba con sus vestidos almidonados<br />
tomando limonada en la terraza de Las Tres Marías, mientras él arrastraba los pies<br />
desnudos en el patio de las gallinas y se sorbía los mocos, y el temor que todavía le<br />
tenía al viejo Trueba, fueron más fuertes que su deseo de humillarla. No pudo sostener<br />
la mirada de la muchacha y agachó imperceptiblemente la cabeza. Dio media vuelta,<br />
ladró una breve frase y dos carabineros llevaron a Alba de los brazos hasta un carro de<br />
la policía. Así llegó a su <strong>casa</strong>. Al verla, Blanca pensó que se habían cumplido los<br />
pronósticos del abuelo y la policía había arremetido a palos contra los estudiantes.<br />
Empezó a chillar y no paró hasta que Jaime examinó a Alba y le aseguró que no estaba<br />
herida y que no tenía nada que no se pudiera curar con un par de inyecciones y<br />
reposo.<br />
Alba pasó dos días en la cama, durante los cuales se disolvió pacíficamente la<br />
huelga de los estudiantes. El ministro de Educación fue relevado de su puesto y lo<br />
trasladaron al Ministerio de Agricultura.<br />
-Si pudo ser ministro de Educación sin haber terminado la escuela, igual puede ser<br />
ministro de Agricultura sin haber visto en su vida una vaca entera -comentó el senador<br />
Trueba.<br />
Mientras estuvo en la cama, Alba tuvo tiempo para repasar las circunstancias en que<br />
había conocido a Esteban García. Buscando muy atrás en las imágenes de la infancia,<br />
recordó a un joven moreno, la biblioteca de la <strong>casa</strong>, la chimenea encendida con<br />
grandes leños de espino perfumando el aire, la tarde o la noche, y ella sentada sobre<br />
sus rodillas. Pero esa visión entraba y salía fugazmente de su memoria y llegó a dudar