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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
64<br />
Isabel Allende<br />
Y así fue.<br />
El doctor Cuevas, a quien Clara le había finalmente perdido el miedo, calculaba que<br />
e1 alumbramiento debía producirse a mediados de octubre, pero a principios de<br />
noviembre Clara seguía bamboleando una panza enorme, en estado semisonámbulo,<br />
cada vez más distraída y cansada, asmática, indiferente a todo lo que la rodeaba,<br />
incluso su marido, a quien a veces ni siquiera reconocía y le preguntaba ¿qué se le<br />
ofrece? cuando lo veía a su lado. Una vez que el médico descartó cualquier posible<br />
error en sus matemáticas y fue evidente que Clara no tenía ninguna intención de parir<br />
por la vía natural, procedió a abrir la barriga a la madre y sustraer a Blanca, que<br />
resultó ser una niña más peluda y fea que lo usual. Esteban sufrió un escalofrío cuando<br />
la vio, convencido de que había sido burlado por el destino y en vez del Trueba<br />
legítimo que le prometió a su madre en el lecho de muerte, había engendrado un<br />
monstruo y, para colmo, de sexo femenino. Revisó a la niña personalmente y<br />
comprobó que tenía todas sus partes en el sitio correspondiente, al menos aquellas<br />
visibles al ojo humano. El doctor Cuevas lo consoló con la explicación de que el aspecto<br />
repugnante de la criatura se debía a que había pasado más tiempo que lo normal<br />
dentro de su madre, al sufrimiento de la cesárea y a su constitución pequeña, delgada,<br />
morena y algo peluda. Clara, en cambio, estaba encantada con su hija. Pareció<br />
despertar de un largo sopor y descubrir la alegría de estar viva. Tomó a la niña en los<br />
brazos y no la soltó más, andaba con ella prendida al pecho, dándole de mamar en<br />
todo momento, sin horario fijo y sin contemplaciones con las buenas maneras o el<br />
pudor, como una indígena. No quiso fajarla, cortarle el pelo, perforarle las orejas o<br />
contratarle una aya para que la criara y mucho menos recurrir a la leche de algún<br />
laboratorio, como hacían todas las señoras que podían pagar ese lujo. Tampoco aceptó<br />
la receta de la Nana de darle leche de vaca diluida en agua de arroz, porque concluyó<br />
que si la naturaleza hubiera querido que los humanos se criaran así, habría hecho que<br />
los senos femeninos secretaran ese tipo de producto. Clara le hablaba a la niña todo el<br />
tiempo, sin usar medias lenguas ni diminutivos, en correcto español, como si dialogara<br />
con una adulta, en la misma forma pausada y razonable en que le hablaba a los<br />
animales y a las plantas, convencida de que si le había dado resultado con la flora y la<br />
fauna, no había ninguna razón para que no fuera lo indicado también con la niña. La<br />
combinación de leche materna y conversación tuvo la virtud de transformar a Blanca<br />
en una niña saludable y casi hermosa, que no se parecía en nada al armadillo que era<br />
cuando nació.<br />
Pocas semanas después del nacimiento de Blanca, Esteban Trueba pudo comprobar,<br />
mediante los retozos en el velero del agua mansa de la seda azul, que su esposa no<br />
había perdido con la maternidad el encanto o la buena disposición para hacer el amor,<br />
sino todo lo contrario. Por su parte Férula, demasiado ocupada con la crianza de la<br />
niña, que tenía pulmones formidables, carácter impulsivo y apetito voraz, no tenía<br />
tiempo para ir a rezar a los conventillos, para confesarse con el padre Antonio y mucho<br />
menos para espiar por la puerta entreabierta.