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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

167<br />

Isabel Allende<br />

artificiales. Al verla, su abuela Clara lanzó una carcajada, pero su madre la consoló con<br />

dos gotas de su perfume que le puso en el cuello.<br />

-Vas a conocer a una persona famosa-dijo Blanca misteriosamente al salir.<br />

Llevó a la niña al Parque Japonés, donde le compró pirulines de azúcar quemada y<br />

una bolsita de maíz. Se sentaron en un banco a la sombra, tomadas de la mano,<br />

rodeadas de las palomas que picoteaban el maíz.<br />

Lo vio acercarse antes que su madre se lo señalara. Llevaba un mameluco de<br />

mecánico, una enorme barba negra que le llegaba a la mitad del pecho, el pelo<br />

revuelto, sandalias de franciscano sin calcetines y una amplia, brillante y maravillosa<br />

sonrisa que lo colocó de inmediato en la categoría de los seres que merecían ser<br />

pintados en el fresco gigantesco de su habitación.<br />

El hombre y la niña se miraron y ambos se reconocieron en los ojos del otro.<br />

-Éste es Pedro Tercero, el cantante. Lo has oído en la radio -dijo su madre.<br />

Alba estiró la mano y él se la estrechó con la izquierda. Entonces ella notó que le<br />

faltaban varios dedos de la mano derecha, pero él le explicó que a pesar de eso podía<br />

tocar la guitarra, porque siempre hay una forma de hacer lo que uno quiere hacer.<br />

Pasearon los tres por el Parque Japonés. A media tarde fueron en uno de los últimos<br />

tranvías eléctricos que aún existían en la ciudad, a comer pescado en una fritanga del<br />

mercado, y cuando anocheció las acompañó hasta la calle de su <strong>casa</strong>. Al despedirse,<br />

Blanca y Pedro Tercero se besaron en la boca. Fue la primera vez que Alba vio eso en<br />

su vida, porque a su alrededor no había gente enamorada.<br />

A partir de ese día, Blanca comenzó a salir sola por el fin de semana. Decía que iba<br />

a visitar a unas primas lejanas. Esteban Trueba montaba en cólera y la amenazaba con<br />

expulsarla de su <strong>casa</strong>, pero Blanca se mantenía inflexible en su decisión. Dejaba a su<br />

hija con Clara y partía en autobús con una valijita de payaso con flores pintadas.<br />

-Te prometo que no me voy a <strong>casa</strong>r y que regresaré mañana en la noche -decía al<br />

despedirse de su hija.<br />

A Alba le gustaba sentarse con la cocinera a la hora de la siesta, a escuchar por la<br />

radio canciones populares, especialmente las del hombre que había conocido en el<br />

Parque Japonés. Un día entró el senador Trueba al repostero y al oír la voz de la radio,<br />

se lanzó contra el aparato dándole de bastonazos hasta dejarlo convertido en un<br />

montón de cables retorcidos y perillas sueltas, ante los ojos de espanto de su nieta,<br />

que no podía explicarse el súbito arrebato de su abuelo. Al día siguiente, Clara compró<br />

otra radio para que Alba escuchara a Pedro Tercero cuando le diera la gana y el viejo<br />

Trueba fingió no estar enterado.<br />

Ésa fue la época del Rey de las Ollas a Presión. Pedro Tercero supo de su existencia<br />

y tuvo un ataque de celos injustificado, si se compara el ascendiente que él tenía sobre<br />

Blanca con el tímido asedio del comerciante judío. Como tantas otras veces, suplicó a<br />

Blanca que abandonara la <strong>casa</strong> de los Trueba, la tutela feroz de su padre y la soledad<br />

de su taller lleno de mongólicos y señoritas ociosas, y partiera con él, de una vez por<br />

todas, a vivir ese amor desenfrenado que habían ocultado desde la niñez. Pero Blanca<br />

no se decidía. Sabía que si se iba con Pedro Tercero quedaría excluida de su círculo<br />

social y de la posición que siempre había tenido y se daba cuenta de que ella misma no<br />

tenía ni la menor oportunidad de caer bien entre las amistades de Pedro Tercero o de<br />

adaptarse a la modesta existencia en una población obrera. Años después, cuando<br />

Alba tuvo edad para analizar ese aspecto de la vida de su madre, llegó a la conclusión<br />

que no se fue con Pedro Tercero simplemente porque no le alcanzaba el amor, puesto<br />

que en la <strong>casa</strong> de los Trueba no tenía nada que él no pudiera darle. Blanca era una<br />

mujer muy pobre, que sólo disponía de algo de dinero cuando Clara se lo daba o

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