02.10.2012 Views

allende-i-casa-espiritus

allende-i-casa-espiritus

allende-i-casa-espiritus

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

Epílogo<br />

254<br />

Isabel Allende<br />

Anoche murió mi abuelo. No murió como un perro, como él temía, sino<br />

apaciblemente en mis brazos confundiéndome con Clara y a ratos con Rosa, sin dolor,<br />

sin angustia, consciente y sereno, más lúcido que nunca y feliz. Ahora está tendido en<br />

el velero del agua mansa, sonriente y tranquilo, mientras yo escribo sobre la mesa de<br />

madera rubia que era de mi abuela. He abierto las cortinas de seda azul, para que<br />

entre la mañana y alegre este cuarto. En la jaula antigua, junto a la ventana, hay un<br />

canario nuevo cantando y al centro de la pieza me miran los ojos de vidrio de<br />

Barrabás. Mi abuelo me contó que Clara se había desmayado el día que él, por darle<br />

un gusto, colocó de alfombra la piel del animal. Nos reímos hasta las lágrimas y<br />

decidimos ir a buscar al sótano los despojos del pobre Barrabás, soberbio en su<br />

indefinible constitución biológica, a pesar del transcurso del tiempo y al abandono, y<br />

ponerlo en el mismo lugar donde medio siglo antes lo puso mi abuelo en homenaje a la<br />

mujer que más amó en su vida.<br />

-Vamos a dejarlo aquí, que es donde siempre debió estar -dijo.<br />

Llegué a la <strong>casa</strong> una brillante mañana invernal en un carretón tirado por un caballo<br />

flaco. La calle, con su doble fila de castaños centenarios y sus mansiones señoriales,<br />

parecía un escenario inapropiado para ese vehículo modesto, pero cuando se detuvo<br />

frente a la <strong>casa</strong> de mi abuelo, encajaba muy bien con el estilo. La gran <strong>casa</strong> de la<br />

esquina estaba más triste y vieja de lo que yo podía recordar, absurda con sus<br />

excentricidades arquitectónicas y sus pretensiones de estilo francés, con la fachada<br />

cubierta de hiedra apestada. El jardín era un desparrame de maleza y casi todos los<br />

postigos colgaban de los goznes. El portón estaba abierto, como siempre. Toqué el<br />

timbre y después de un rato, sentí unas alpargatas que se aproximaban y una<br />

empleada desconocida me abrió la puerta. Me miró sin conocerme y yo sentí en la<br />

nariz el maravilloso olor a madera y a encierro de la <strong>casa</strong> donde nací. Se me llenaron<br />

los ojos de lágrimas. Corrí a la biblioteca, presintiendo que el abuelo estaría<br />

esperándome donde siempre se sentaba y allí estaba, encogido en su poltrona. Me<br />

sorprendió verlo tan anciano, tan minúsculo y tembloroso, guardando del pasado sólo<br />

su blanca melena leonina y su pesado bastón de plata. Nos abrazamos apretadamente<br />

por un tiempo muy largo, susurrando abuelo, Alba, Alba, abuelo, nos besamos y<br />

cuando él vio mi mano se echó a llorar y maldecir y a dar bastonazos a los muebles,<br />

como lo hacía antes, y yo me reí, porque no estaba tan viejo ni tan acabado como me<br />

pareció al principio.<br />

Ese mismo día el abuelo quiso que nos fuéramos del país. Tenía miedo por mí. Pero<br />

yo le expliqué que no podía irme, porque lejos de esta tierra sería como los árboles<br />

que cortan para Navidad, esos pobres pinos sin raíces que duran un tiempo y después<br />

se mueren.<br />

-No soy tonto, Alba -dijo mirándome fijamente-. La verdadera razón por que quieres<br />

quedarte es Miguel, ¿no es verdad?<br />

Me sobresalté. Nunca le había hablado de Miguel.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!