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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

163<br />

Isabel Allende<br />

Alba salía y regresaba arrastrando de una cuerda invisible a un paquidermo<br />

imaginario. Podían pasar una buena media hora dándole de comer yerbas propias de<br />

su especie, bañándolo con tierra para preservarle la piel de las inclemencias del tiempo<br />

y sacándole brillo al marfil de sus colmillos, mientras discutían acaloradamente sobre<br />

las ventajas y los inconvenientes de vivir en la selva.<br />

-¡Esta niña va a terminar loca de remate! -decía el senador Trueba, cuando veía a la<br />

pequeña Alba sentada en la galería leyendo los tratados de medicina que le prestaba<br />

su tío Jaime.<br />

Era la única persona de toda la <strong>casa</strong> que tenía llave para entrar al túnel de libros de<br />

su tío y autorización para tomarlos y leerlos. Blanca sostenía que había que dosificar la<br />

lectura, porque había cosas que no eran apropiadas para su edad, pero su tío Jaime<br />

opinaba que la gente no lee lo que no le interesa, y si le interesa es que ya tiene<br />

madurez para hacerlo. Tenía la misma teoría para el baño y la comida. Decía que si la<br />

niña no tenía ganas de bañarse, era porque no lo necesitaba y que había que darle de<br />

comer lo que quisiera a las horas que tuviera hambre, porque el organismo conoce<br />

mejor que nadie sus propias urgencias. En ese punto Blanca era inflexible y obligaba a<br />

su hija a cumplir estrictos horarios y normas de higiene. El resultado era que además<br />

de las comidas y los baños normales, Alba tragaba las golosinas que su tío le regalaba<br />

y se bañaba en la manguera cada vez que tenía calor, sin que ninguna de estas cosas<br />

alterara su saludable naturaleza. A Alba le habría gustado que su tío se <strong>casa</strong>ra con<br />

mamá, porque era más seguro tenerlo de padre que de tío, pero le explicaron que de<br />

esas uniones incestuosas nacen niños mongólicos. Se quedó con la idea de que los<br />

alumnos de los jueves en el taller de su madre eran hijos de sus tíos.<br />

Nicolás también estaba cerca del corazón de la niña, pero tenía algo efímero, volátil,<br />

apresurado, siempre de paso, como si fuera saltando de una idea a otra, que a Alba<br />

producía inquietud. Tenía cinco años cuando su tío Nicolás regresó de la India.<br />

Cansado de invocar a Dios en la mesa de tres patas y en el humo del hachís, decidió ir<br />

a buscarlo a una región menos tosca que su tierra natal. Se pasó dos meses<br />

molestando a Clara, persiguiéndola por los rincones y susurrándole al oído cuando<br />

estaba dormida, hasta que la convenció de que vendiera un anillo de brillantes para<br />

pagarle el pasaje a la tierra del Mahatma Gandhi. Esa vez Esteban Trueba no se opuso,<br />

porque pensó que un paseo por aquella lejana nación de hambrientos y vacas<br />

trashumantes haría mucho bien a su hijo.<br />

-Si no muere picado de cobra o de alguna peste extranjera, espero que vuelva<br />

convertido en un hombre, porque ya estoy harto de sus extravagancias -le dijo su<br />

padre al despedirle en el muelle.<br />

Nicolás pasó un año como pordiosero, recorriendo a pie los caminos de los yogas, a<br />

pie por el Himalaya, a pie por Katmandú, a pie por el Ganges y a pie por Benarés. Al<br />

cabo de esa peregrinación tenía la certeza de la existencia de Dios y había aprendido a<br />

atravesarse alfileres de sombrero por las mejillas y la piel del pecho y a vivir casi sin<br />

comer. Lo vieron llegar a la <strong>casa</strong> un día cualquiera, sin previo aviso, con un pañal de<br />

infante cubriendo sus vergüenzas, el pellejo pegado a los huesos y ese aire extraviado<br />

que se observa en la gente que se nutre sólo de verduras. Llegó acompañado por un<br />

par de carabineros incrédulos, que estaban dispuestos a llevarlo preso a menos que<br />

pudiera demostrar que era en verdad el hijo del senador Trueba, y por una comitiva de<br />

niños que lo seguían tirándole basura y burlándose. Clara fue la única que no tuvo<br />

dificultad en reconocerlo. Su padre tranquilizó a los carabineros y ordenó a Nicolás que<br />

se diera un baño y se pusiera ropa de cristiano si quería vivir en su <strong>casa</strong>, pero Nicolás<br />

lo miró como si no lo viera y no le contestó. Se había vuelto vegetariano. No probaba<br />

la carne, la leche ni los huevos, su dieta era la de un conejo y poco a poco su rostro

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