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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
Isabel Allende<br />
-Sin pecado concebida.<br />
-Te escucho, hija.<br />
-Padre, no sé cómo comenzar. Creo que lo que hice es pecado... -¿De la carne, hija?<br />
-¡Ay! La carne está seca, padre, pero el espíritu no. Me atormenta el demonio.<br />
-La misericordia de Dios es infinita.<br />
-Usted no conoce los pensamientos que pueden haber en la mente de una mujer<br />
sola, padre, una virgen que no ha conocido varón, y no por falta de oportunidades,<br />
sino porque Dios le mandó a mi madre una larga enfermedad y tuve que cuidarla.<br />
-Ese sacrificio está registrado en el Cielo, hija mía.<br />
-¿Aunque haya pecado de pensamiento, padre?<br />
-Bueno, depende del pensamiento...<br />
-En la noche no puedo dormir, me sofoco. Para calmarme me levanto y camino por<br />
el jardín, vago por la <strong>casa</strong>, voy al cuarto de mi cuñada, pego el oído a la puerta, a<br />
veces entro de puntillas para verla cuando duerme, parece un ángel, tengo la tentación<br />
de meterme en su cama para sentir la tibieza de su piel y su aliento.<br />
-Reza, hija. La oración ayuda.<br />
-Espere, no se lo he dicho todo. Me avergüenzo.<br />
-No debes avergonzarte de mí, porque no soy más que un instrumento de Dios.<br />
-Cuando mi hermano viene del campo es mucho peor, padre. De nada me sirve la<br />
oración, no puedo dormir, transpiro, tiemblo, por último me levanto y cruzo toda la<br />
<strong>casa</strong> a oscuras, deslizándome por los pasillos con mucho cuidado para que no cruja el<br />
piso. Los oigo a través de la puerta de su dormitorio y una vez pude verlos, porque se<br />
había quedado la puerta entreabierta. No le puedo contar lo que vi, padre, pero debe<br />
ser un pecado terrible. No es culpa de Clara, ella es inocente como un niño. Es mi<br />
hermano el que la induce. Él se condenará con seguridad.<br />
-Sólo Dios puede juzgar y condenar, hija mía. ¿Qué hacían?<br />
Y entonces Férula podía tardar media hora en dar los detalles. Era una narradora<br />
virtuosa, sabía colocar la pausa, medir la entonación, explicar sin gestos, pintando un<br />
cuadro tan vívido, que el oyente parecía estarlo viviendo, era increíble cómo podía<br />
percibir desde la puerta entreabierta la calidad de los estremecimientos, la abundancia<br />
de los jugos, las palabras murmuradas al oído, los olores más secretos, un prodigio, en<br />
verdad. Desahogada de aquellos tumultuosos estados de ánimo, regresaba a la <strong>casa</strong><br />
con su máscara de ídolo, impasible y severa, y vamos, dando órdenes, contando los<br />
cubiertos, disponiendo la comida, echando llave, exigiendo póngame esto aquí, se lo<br />
ponían, cambien las flores de los jarrones, las cambiaban, laven los vidrios, hagan<br />
callar a esos pájaros del diablo, que la bullaranga no deja dormir a la señora Clara y<br />
con tanto cacareo se le va a espantar la criatura y capaz que nazca alelada. Nada<br />
escapaba a sus ojos vigilantes y estaba siempre en actividad, en contraste con Clara,<br />
que todo lo encontraba muy bonito y le daba lo mismo comer trufas rellenas o sopa de<br />
sobras, dormir en colchón de plumas o sentada en una silla, bañarse en aguas<br />
perfumadas o no bañarse. A medida que avanzaba su estado de gravidez, parecía irse<br />
despegando irremisiblemente de la realidad y volcándose hacia el interior de sí misma,<br />
en un diálogo secreto y constante con la criatura.<br />
Esteban quería un hijo que llevara su nombre y le pasara a su descendencia el<br />
apellido de los Trueba.<br />
-Es una niña y se llama Blanca -dijo Clara desde el primer día que anunció su<br />
embarazo.<br />
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