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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

42<br />

Isabel Allende<br />

En el transcurso de los diez años siguientes, Esteban Trueba se convirtió en el<br />

patrón más respetado de la región, construyó <strong>casa</strong>s de ladrillo para sus trabajadores,<br />

consiguió un maestro para la escuela y subió el nivel de vida de todo el mundo en sus<br />

tierras. Las Tres Marías era un buen negocio que no requería ayuda del filón de oro,<br />

sino, por el contrario, sirvió de garantía para prorrogar la concesión de la mina. El mal<br />

carácter de Trueba se convirtió en una leyenda y se acentuó hasta llegar a incomodarlo<br />

a él mismo. No aceptaba que nadie le replicara y no toleraba ninguna contradicción,<br />

consideraba que el menor desacuerdo era una provocación. También se acrecentó su<br />

concupiscencia. No pasaba ninguna muchacha de la pubertad a la edad adulta sin que<br />

la hiciera probar el bosque, la orilla del río o la cama de fierro forjado. Cuando no<br />

quedaron mujeres disponibles en Las Tres Marías, se dedicó a perseguir a las de otras<br />

haciendas, violándolas en un abrir y cerrar de ojos, en cualquier lugar del campo,<br />

generalmente al atardecer. No se preocupaba de hacerlo a escondidas, porque no le<br />

temía a nadie. En algunas ocasiones llegaron hasta Las Tres Marías un hermano, un<br />

padre, un marido o un patrón a pedirle cuentas, pero ante su violencia descontrolada,<br />

estas visitas de justicia o de venganza fueron cada vez menos frecuentes. La fama de<br />

su brutalidad se extendió por toda la zona y causaba envidiosa admiración entre los<br />

machos de su clase. Los campesinos escondían a las muchachas y apretaban los puños<br />

inútilmente, pues no podían hacerle frente. Esteban Trueba era más fuerte y tenía<br />

impunidad. Dos veces aparecieron cadáveres de campesinos de otras haciendas<br />

acribillados a tiros de escopeta y a nadie le cupo duda que había que buscar al culpable<br />

en Las Tres Marías, pero los gendarmes rurales se limitaron a anotar el hecho en su<br />

libro de actas, con la trabajosa caligrafía de los semianalfabetos, agregando que<br />

habían sido sorprendidos robando. La cosa no pasó de allí. Trueba siguió labrando su<br />

prestigio de rajadiablos, sembrando la región de bastardos, cosechando el odio y<br />

almacenando culpas que no le hacían mella, porque se le había curtido el alma y<br />

acallado la conciencia con el pretexto del progreso. En vano Pedro Segundo García y el<br />

viejo cura del hospital de las monjas trataron de sugerirle que no eran las casitas de<br />

ladrillo ni los litros de leche los que hacían a un buen patrón, o a un buen cristiano,<br />

sino dar a la gente un sueldo decente en vez de papelitos rosados, un horario de<br />

trabajo que no les moliera los riñones y un poco de respeto y dignidad. Trueba no<br />

quería oír hablar de esas cosas que, según él, olían a comunismo.<br />

-Son ideas degeneradas -mascullaba-. Ideas bolcheviques para soliviantarme a los<br />

inquilinos. No se dan cuenta que esta pobre gente no tiene cultura ni educación, no<br />

pueden asumir responsabilidades, son niños. ¿Cómo van a saber lo que les conviene?<br />

Sin mí estarían perdidos, la prueba es que cuando doy vuelta la cara, se va todo al<br />

diablo y empiezan a hacer burradas. Son muy ignorantes. Mi gente está muy bien,<br />

¿qué más quieren? No les falta nada. Si se quejan, es de puro mal agradecidos. Tienen<br />

<strong>casa</strong>s de ladrillo, me preocupo de sonar los mocos y quitar los parásitos a sus<br />

chiquillos, de llevarles vacunas y enseñarles a leer. ¿Hay otro fundo por aquí que tenga<br />

su propia escuela? ¡No! Siempre que puedo, les llevo al cura para que les diga unas<br />

misas, así es que no sé por qué viene el cura a hablarme de justicia. No tiene que<br />

meterse en lo que no sabe y no es de su incumbencia. ¡Quisiera verlo a cargo de esta<br />

propiedad! A ver si iba a andar con remilgos. Con estos pobres diablos hay que tener<br />

mano dura, es el único lenguaje que entienden. Si uno se ablanda, no lo respetan. No<br />

niego que muchas veces he sido muy severo, pero siempre he sido justo. He tenido<br />

que enseñarles de todo, hasta a comer, porque si fuera por ellos, se alimentaban de<br />

puro pan. Si me descuido les dan la leche y los huevos a los chanchos. ¡No saben<br />

limpiarse el traste y quieren derecho a voto! Si no saben donde están parados, ¿cómo<br />

van a saber de política? Son capaces de votar por los comunistas, como los mineros

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