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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

206<br />

Isabel Allende<br />

sus pisadas y el resplandor de sus antorchas penetraron al interior de las <strong>casa</strong>s<br />

cerradas y silenciosas, donde temblaban los que habían terminado por creer en su<br />

propia campaña de terror y estaban convencidos que la poblada los iba a despedazar<br />

o, en el mejor de los casos, despojarlos de sus bienes y enviarlos a Siberia. Pero la<br />

rugiente multitud no forzó ninguna puerta ni pisoteó los perfectos jardines. Pasó<br />

alegremente sin tocar los vehículos de lujo estacionados en la calle, dio vuelta por las<br />

plazas y los parques que nunca había pisado, se detuvo maravillada ante las vitrinas<br />

del comercio, que brillaban como en Navidad y donde se ofrecían objetos que no sabía<br />

siquiera qué uso tenían y siguió su ruta apaciblemente. Cuando las columnas pasaron<br />

frente a su <strong>casa</strong>, Alba salió corriendo y se mezcló con ellas cantando a voz en cuello.<br />

Toda la noche estuvo desfilando el pueblo alborozado. En las mansiones las botellas de<br />

champán quedaron cerradas, las langostas languidecieron en sus bandejas de plata y<br />

las tortas se llenaron de moscas.<br />

Al amanecer, Alba divisó en el tumulto que ya empezaba a dispersarse la<br />

inconfundible figura de Miguel, que iba gritando con una bandera en las manos. Se<br />

abrió paso hasta él, llamándolo inútilmente, porque no podía oírla en medio de la<br />

algarabía. Cuando se puso al frente y Miguel la vio, pasó la bandera al que estaba más<br />

cerca y la abrazó, levantándola del suelo. Los dos estaban en el límite de sus fuerzas y<br />

mientras se besaban, lloraban de alegría.<br />

-¡Te dije que ganaríamos por las buenas, Miguel! -rió Alba.<br />

-Ganamos, pero ahora hay que defender el triunfo -replicó.<br />

Al día siguiente, los mismos que habían pasado la noche en vela aterrorizados en<br />

sus <strong>casa</strong>s salieron como una avalancha enloquecida y tomaron por asalto los bancos,<br />

exigiendo que les entregaran su dinero. Los que tenían algo valioso, preferían<br />

guardarlo debajo del colchón o enviarlo al extranjero. En veinticuatro horas, el valor de<br />

la propiedad disminuyó a menos de la mitad y todos los pasajes aéreos se agotaron en<br />

la locura de salir del país antes que llegaran los soviéticos a poner alambres de púas<br />

en la frontera. El pueblo que había desfilado triunfante fue a ver a la burguesía que<br />

hacía cola y peleaba en las puertas de los bancos y se rió a carcajadas. En pocas horas<br />

el país se dividió en dos bandos irreconciliables y la división comenzó a extenderse<br />

entre todas las familias.<br />

El senador Trueba pasó la noche en la sede de su Partido, retenido a la fuerza por<br />

sus seguidores, que estaban seguros que si salía a la calle la multitud no iba a tener<br />

dificultad alguna en reconocerlo y lo colgaría de un poste.'Iirueba estaba más<br />

sorprendido que furioso. No podía creer lo que había ocurrido, a pesar de que llevaba<br />

muchos años repitiendo la cantinela de que el país estaba lleno de marxistas. No se<br />

sentía deprimido, por el contrario. En su viejo corazón de luchador aleteaba una<br />

emoción exaltada que no sentía desde su juventud.<br />

-Una cosa es ganar la elección y otra muy distinta es ser Presidente -dijo<br />

misteriosamente a sus llorosos correligionarios.<br />

La idea de eliminar al nuevo Presidente, sin embargo, no estaba todavía en la mente<br />

de nadie, porque sus enemigos estaban seguros que acabarían con él por la misma vía<br />

legal que le había permitido triunfar. Eso era lo que Trueba estaba pensando. Al día<br />

siguiente, cuando fue evidente que no había que temer de la muchedumbre enfiestada,<br />

salió de su refugio y se dirigió a una <strong>casa</strong> campestre en los alrededores de la ciudad,<br />

donde se llevó a cabo un almuerzo secreto. Allí se juntó con otros políticos, algunos<br />

militares y con los gringos enviados por el servicio de inteligencia, para trazar el plan<br />

que tumbaría al nuevo gobierno: la desestabilización económica, como llamaron al<br />

sabotaje.

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