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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
51<br />
Isabel Allende<br />
esconder a los niños para que no vieran el horrendo espectáculo del jardinero<br />
mojándolos con agua fría hasta que, después de mucha agua, patadas y otras<br />
ignominias, Barrabás se desprendía de su enamorada, dejándola agónica en el patio<br />
de la <strong>casa</strong>, donde Severo tenía que rematarla con un tiro de misericordia.<br />
La adolescencia de Clara transcurrió suavemente en la gran <strong>casa</strong> de tres patios de<br />
sus padres, mimada por sus hermanos mayores, por Severo que la prefería entre<br />
todos sus hijos, por Nívea y por la Nana, que alternaba sus siniestras excursiones<br />
disfrazada de cuco, con los más tiernos cuidados. Casi todos sus hermanos se habían<br />
<strong>casa</strong>do o partido, unos de viaje, otros a trabajar a provincia, y la gran <strong>casa</strong>, que había<br />
albergado a una familia numerosa, estaba casi vacía, con muchos cuartos cerrados. La<br />
niña ocupaba el tiempo que le dejaban sus preceptores en leer, mover sin tocar los<br />
objetos más diversos, corretear a Barrabás, practicar juegos de adivinación y<br />
aprender a tejer que, de todas las artes domésticas, fue la única que pudo dominar.<br />
Desde aquel Jueves Santo en que el padre Restrepo la acusó de endemoniada, hubo<br />
una sombra sobre su cabeza que el amor de sus padres y la discreción de sus<br />
hermanos consiguió controlar, pero la fama de sus extrañas habilidades circuló en voz<br />
baja en las tertulias de señoras. Nívea se dio cuenta que a su hija nadie la invitaba y<br />
hasta sus propios primos la eludían. Procuró compensar la falta de amigos con su<br />
dedicación total, con tanto éxito, que Clara creció alegremente y en los años<br />
posteriores recordaría su infancia como un período luminoso de su existencia, a pesar<br />
de su soledad y de su mudez. Toda su vida guardaría en la memoria las tardes<br />
compartidas con su madre en la salita de costura, donde Nívea cosía a máquina ropa<br />
para los pobres y le contaba cuentos y anécdotas familiares. Le mostraba los<br />
daguerrotipos de la pared y le narraba el pasado.<br />
-¿Ve este señor tan serio, con barba de bucanero? Es el tío Mateo, que se fue al<br />
Brasil por un negocio de esmeraldas, pero una mulata de fuego le hizo mal de ojo. Se<br />
le cayó el pelo, se le desprendieron las uñas, se le soltaron los dientes. Tuvo que ir a<br />
ver a un hechicero, un brujo vudú, un negro retinto, que le dio un amuleto y se le<br />
afirmaron los dientes, le salieron uñas nuevas y recuperó el pelo. Mírelo, hijita, tiene<br />
más pelo que un indio: es el único calvo en el mundo que volvió a echar pelo.<br />
Clara sonreía sin decir nada y Nívea seguía hablando porque se había acostumbrado<br />
al silencio de su hija. Por otra parte, tenía la esperanza que de tanto meterle ideas en<br />
la cabeza, tarde o temprano haría una pregunta y recuperaría el habla.<br />
-Y éste decía- es el tío Juan. Yo lo quería mucho. Una vez se tiró un pedo y fue su<br />
condena a muerte, una gran desgracia. Sucedió en un almuerzo campestre. Estábamos<br />
todas las primas un fragante día de primavera, con nuestros vestidos de muselina y<br />
nuestros sombreros con flores y cintas, y los muchachos lucían su mejor ropa<br />
dominguera. Juan se quitó su chaqueta blanca, ¡parece que lo estoy viendo! Se<br />
arremangó la camisa y se colgó airoso de la rama de un árbol para provocar, con sus<br />
proezas de trapecista, la admiración de Constanza Andrade, que fue Reina de la<br />
Vendimia, y que desde la primera vez que la vio, perdió la tranquilidad, devorado por<br />
el amor. Juan hizo dos flexiones impecables, una vuelta completa y al siguiente<br />
movimiento lanzó una sonora ventosidad. ¡No se ría, Clarita! Fue terrible. Se produjo<br />
un silencio confundido y la Reina de la Vendimia empezó a reír descontroladamente.<br />
Juan se puso su chaqueta, estaba muy pálido, se alejó del grupo sin prisa y no lo<br />
volvimos a ver más. Lo buscaron hasta en la Legión Extranjera, preguntaron por él en<br />
todos los consulados, pero nunca más se supo de su existencia. Yo creo que se metió a<br />
misionero y se fue a cuidar leprosos ala Isla de Pascua, que es lo más lejos que se<br />
puede llegar para olvidar y para que lo olviden, porque queda fuera de las rutas de