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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

138<br />

Isabel Allende<br />

Así fue. En el último momento apareció una camioneta llena de policías en el parque<br />

público que Nicolás había elegido para elevarse. Exigieron un permiso municipal que,<br />

por supuesto, no tenía. Tampoco lo pudo conseguir. Pasó cuatro días corriendo de una<br />

oficina a otra, en trámites desesperados que se estrellaban contra un muro de<br />

incomprensión burocrática. Nunca se enteró que detrás de la camioneta de policías y<br />

los papeleos interminables, estaba la influencia de su padre, que no estaba dispuesto a<br />

permitir esa aventura. Cansado de luchar contra la timidez de las gaseosas y la<br />

burocracia aérea, se convenció de que no podría elevarse, a menos que lo hiciera<br />

clandestinamente, lo cual era imposible, dadas las dimensiones de su nave. Entró en<br />

una crisis de ansiedad, de la cual lo sacó su madre, al sugerirle que para no perder<br />

todo lo invertido, usara los materiales del globo para algún fin práctico. Entonces<br />

Nicolás ideó la fábrica de emparedados. Su plan era hacer emparedados de pollo,<br />

envasarlos en la tela del globo cortada en pedacitos y venderlos a los oficinistas. La<br />

amplia cocina de su <strong>casa</strong> le pareció ideal para su industria. Los jardines traseros fueron<br />

llenándose de aves atadas de las patas, que aguardaban su turno para que dos<br />

matarifes especialmente contratados decapitaran en serie. El patio se llenó de plumas<br />

y la sangre salpicó las estatuas del Olimpo, el olor a consomé tenía a todo el mundo<br />

con náuseas y el destripadero empezaba a llenar de moscas el barrio, cuando Clara le<br />

puso fin a la matanza con un ataque de nervios que por poco la vuelve a los tiempos<br />

de la mudez. Este nuevo fracaso comercial no importó tanto a Nicolás, que también<br />

estaba con el estómago y la conciencia revueltos con la carnicería. Se resignó a perder<br />

lo que había invertido en esos negocios y se encerró en su pieza a planear nuevas<br />

formas de ganar dinero y de divertirse.<br />

-Hace tiempo que no veo a Amanda por aquí -dijo Jaime, cuando ya no pudo resistir<br />

la impaciencia de su corazón.<br />

En ese momento Nicolás se acordó de Amanda y sacó la cuenta que no la había<br />

visto deambular por la <strong>casa</strong> desde hacía tres semanas y que no había asistido al<br />

fra<strong>casa</strong>do intento de elevarse en globo, ni a la inauguración de la industria doméstica<br />

de pan con pollo. Fue a preguntar a Clara, pero su madre tampoco sabía nada de la<br />

joven y estaba comenzando a olvidarla, debido a que había tenido que acomodar su<br />

memoria al hecho ineludible de que su <strong>casa</strong> era un pasadero de gente y como ella<br />

decía, no le alcanzaba el alma para lamentar a todos los ausentes. Nicolás decidió<br />

entonces ir a buscarla, porque se dio cuenta que le estaban haciendo falta la presencia<br />

de mariposa inquieta de Amanda y sus abrazos sofocados y silenciosos en los cuartos<br />

vacíos de la gran <strong>casa</strong> de la esquina, donde retozaban como cachorros cada vez que<br />

Clara aflojaba la vigilancia y Miguel se distraía jugando o se quedaba dormido en algún<br />

rincón.<br />

La pensión donde vivía Amanda con su hermanito resultó ser una vetusta <strong>casa</strong> que<br />

medio siglo atrás probablemente tuvo algún esplendor ostentoso, pero lo perdió a<br />

medida que la ciudad fue extendiéndose hacia las laderas de la cordillera. La ocuparon<br />

primero los comerciantes árabes, quienes le incorporaron pretenciosos frisos de yeso<br />

rosado, y, más tarde, cuando los árabes pusieron sus negocios en el Barrio de los<br />

Turcos, el propietario la convirtió en pensión, subdividiéndola en cuartos mal<br />

iluminados, tristes, incómodos contrahechos, para inquilinos de pocos recursos. Tenía<br />

una geografía imposible de pasillos estrechos y húmedos, donde reinaba eternamente<br />

el tufillo de la sopa de coliflor y del guiso de repollo. Salió a abrir la puerta la dueña de<br />

la pensión en persona, una mujerona inmensa, provista de una triple papada<br />

majestuosa y ojillos orientales sumidos en pliegues fosilizados de grasa, con anillos en<br />

todos los dedos y los remilgos de una novicia.<br />

-No se aceptan visitantes del sexo opuesto -dijo a Nicolás.

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