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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

84<br />

Isabel Allende<br />

El caso de Blanca era diferente, porque su padre no intervenía en su educación.<br />

Consideraba que su destino era <strong>casa</strong>rse y brillar en sociedad, donde la facultad de<br />

comunicarse con los muertos, si se mantenía en un tono frívolo, podría ser una<br />

atracción. Sostenía que la magia, como la religión y la cocina, era un asunto<br />

propiamente femenino y tal vez por eso era capaz de sentir simpatía por las tres<br />

hermanas Mora, en cambio detestaba a los espirituados de sexo masculino casi tanto<br />

como a los curas. Por su parte, Clara andaba para todos lados con su hija pegada a sus<br />

faldas, la incitaba a las sesiones de los viernes y la crió en estrecha familiaridad con las<br />

ánimas, con los miembros de las sociedades secretas y con los artistas misérrimos a<br />

quienes hacía de mecenas. Igual corno ella lo había hecho con su madre en tiempos de<br />

la mudez, llevaba ahora a Blanca a ver a los pobres, cargada de regalos y consuelos.<br />

-Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija-explicaba a Blanca-. Pero no<br />

ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.<br />

Era en ese punto donde tenía las peores discusiones con Esteban, que tenía otra<br />

opinión al respecto.<br />

-¡Justicia! ¿Es justo que todos tengan lo mismo? ¿Los flojos lo mismo que los<br />

trabajadores? ¿Los tontos lo mismo que los inteligentes? ¡Eso no pasa ni con los<br />

animales! No es cuestión de ricos y pobres, sino de fuertes y débiles. Estoy de acuerdo<br />

en que todos debemos tener las mismas oportunidades, pero esa gente no hace<br />

ningún esfuerzo. ¡Es muy fácil estirar la mano y pedir limosna! Yo creo en el esfuerzo y<br />

en la recompensa. Gracias a esa filosofía he llegado a tener lo que tengo. Nunca he<br />

pedido un favor a nadie y no he cometido ninguna deshonestidad, lo que prueba que<br />

cualquiera puede hacerlo. Yo estaba destinado a ser un pobre infeliz escribiente de<br />

notaría. Por eso no aceptaré ideas bolcheviques en mi <strong>casa</strong>. ¡Vayan a hacer caridad en<br />

los conventillos, si quieren! Eso está muy bien: es bueno para la formación de las<br />

señoritas. ¡Pero no me vengan con las mismas estupideces de Pedro Tercero García,<br />

porque no lo voy a aguantar!<br />

Era verdad, Pedro Tercero García estaba hablando de justicia en Las Tres Marías.<br />

Era el único que se atrevía a desafiar al patrón, a pesar de las zurras que le había dado<br />

su padre, Pedro Segundo García, cada vez que lo sorprendía. Desde muy joven el<br />

muchacho hacía viajes sin permiso al pueblo para conseguir libros prestados, leer los<br />

periódicos y conversar con el maestro de la escuela, un comunista ardiente a quien<br />

años más tarde lo matarían de un balazo entre los ojos. También se escapaba en las<br />

noches al bar de San Lucas donde se reunía con unos sindicalistas que tenían la manía<br />

de componer el mundo entre sorbo y sorbo de cerveza, o con el gigantesco y magnífico<br />

padre José Dulce María, un sacerdote español con la cabeza llena de ideas<br />

revolucionarias que le valieron ser relegado por la Compañía de Jesús a aquel perdido<br />

rincón del mundo, pero ni por eso renunció a transformar las parábolas bíblicas en<br />

panfletos socialistas. El día que Esteban Trueba descubrió que el hijo de su<br />

administrador estaba introduciendo literatura subversiva entre sus inquilinos, lo llamó<br />

a su despacho y delante de su padre le dio una tunda de azotes con su fusta de cuero<br />

de culebra.<br />

-¡Éste es el primer aviso, mocoso de mierda! -le dijo sin levantar la voz y mirándolo<br />

con ojos de fuego-. La próxima vez que te encuentre molestándome a la gente, te<br />

meto preso. En mi propiedad no quiero revoltosos, porque aquí mando yo y tengo<br />

derecho a rodearme de la gente que me gusta. Tú no me gustas, así es que ya sabes.<br />

Te aguanto por tu padre, que me ha servido lealmente durante muchos años, pero<br />

anda con cuidado, porque puedes acabar muy mal. ¡Retírate!<br />

Pedro Tercero García era parecido a su padre, moreno, de facciones duras,<br />

esculpidas en piedra, con grandes ojos tristes, pelo negro y tieso cortado como un

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