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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
76<br />
Isabel Allende<br />
de la cabeza era un mal sueño y que lo mejor era ayudarla en sus planes, antes que la<br />
ansiedad terminara de desquiciarla. Esperaron que Esteban Trueba saliera. Férula la<br />
ayudó a vestirse y llamó a un coche de alquiler. Las instrucciones que Clara le dio al<br />
chofer fueron algo imprecisas.<br />
-Usted dele para adelante, que yo le voy diciendo el camino -le dijo, guiada por su<br />
instinto para ver lo invisible.<br />
Salieron de la ciudad y entraron al espacio abierto donde las <strong>casa</strong>s se distanciaban y<br />
empezaban las colinas y los suaves valles, doblaron a indicación de Clara por un<br />
camino lateral y siguieron entre abedules y campos de cebollas hasta que ordenó al<br />
chofer que se detuviera junto a unos matorrales.<br />
-Aquí es -dijo.<br />
-¡No puede ser!, ¡estamos lejísimos del lugar del accidente! -dudó Férula.<br />
-¡Te digo que es aquí! -insistió Clara, bajándose del coche con dificultad,<br />
balanceando su enorme vientre, seguida por su cuñada, que mascullaba oraciones y<br />
por el hombre, que no tenía la menor idea del objetivo del viaje. Trató de reptar entre<br />
las matas, pero se lo impidió el volumen de los mellizos.<br />
-Hágame el favor, señor, métase allí y páseme una cabeza de señora que va a<br />
encontrar -pidió al chofer.<br />
Él se arrastró debajo de los espinos y encontró la cabeza de Nívea que parecía un<br />
melón solitario. La tomó del pelo y salió con ella gateando a cuatro patas. Mientras el<br />
hombre vomitaba apoyado en un árbol cercano, Férula y Clara le limpiaron a Nívea la<br />
tierra y los guijarros que se le habían metido por las orejas, la nariz y la boca y le<br />
acomodaron el pelo, que se le había desbaratado un poco, pero no pudieron cerrarle<br />
los ojos. La envolvieron en un chal y regresaron al coche.<br />
-¡Apúrese, señor, porque creo que voy a dar a luz! -dijo Clara al chofer.<br />
Llegaron justo a tiempo para acomodar a la madre en su cama. Férula se afanó con<br />
los preparativos mientras iba un sirviente a buscar al doctor Cuevas y a la comadrona.<br />
Clara, que con el vapuleo del coche, las emociones de los últimos días y las pócimas<br />
del médico había adquirido la facilidad para dar a luz que no tuvo con su primera hija,<br />
apretó los dientes, se sujetó del palo de mesana y del trinquete del velero y se dio a la<br />
tarea de echar al mundo en el agua mansa de la seda azul, a Jaime y Nicolás, que<br />
nacieron precipitadamente, ante la mirada atenta de su abuela, cuyos ojos<br />
continuaban abiertos observándolos desde la cómoda. Férula los agarró por turnos del<br />
mechón de pelo húmedo que les coronaba la nuca y los ayudó a salir a tirones con la<br />
experiencia adquirida viendo nacer potrillos y terneros en Las Tres Marías. Antes que<br />
llegaran el médico y la comadrona, ocultó debajo de la cama la cabeza de Nívea, para<br />
evitar engorrosas explicaciones. Cuando éstos llegaron, tuvieron muy poco que hacer,<br />
porque la madre descansaba tranquila y los niños, minúsculos como sietemesinos,<br />
pero con todas sus partes enteras y en buen estado, dormían en brazos de su<br />
extenuada tía.<br />
La cabeza de Nívea se convirtió en un problema, porque no había donde ponerla<br />
para no estar viéndola. Por fin Férula la colocó dentro de una sombrerera de cuero<br />
envuelta en unos trapos. Discutieron la posibilidad de enterrarla como Dios manda,<br />
pero habría sido un papeleo interminable conseguir que abrieran la tumba para incluir<br />
lo que faltaba y, por otra parte, temían el escándalo si se hacía pública la forma en que<br />
Clara la había encontrado donde los sabuesos fra<strong>casa</strong>ron. Esteban Trueba, temeroso<br />
del ridículo como siempre fue, optó por una solución que no diera argumentos a las<br />
malas lenguas, porque sabía que el extraño comportamiento de su mujer era el blanco<br />
de los chismes. Había trascendido la habilidad de Clara para mover objetos sin tocarlos