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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

204<br />

Isabel Allende<br />

sujetó la bata con las manos, defendiéndose débilmente y balbuceando incoherencias.<br />

Estaba sacudida por temblores convulsivos y acezaba como perro cansado. Alba la<br />

observó horrorizada y sólo cuando Amanda estuvo acostada, quieta y con los ojos<br />

cerrados, reconoció a la mujer que sonreía en la pequeña fotografía que Miguel<br />

siempre llevaba en su billetera. Jaime le habló con una voz desconocida y poco a poco<br />

consiguió tranquilizarla, la acarició con gestos tiernos y paternales como los que<br />

empleaba a veces con los animales, hasta que la enfermase relajó y permitió que<br />

subiera las mangas de la vieja bata china. Aparecieron sus brazos esqueléticos y Alba<br />

vio que tenía millares de minúsculas cicatrices, moretones, pinchazos, algunos<br />

infectados y supurando pus. Luego descubrió sus piernas y sus muslos estaban<br />

también torturados. Jaime la observó con tristeza, comprendiendo en ese instante el<br />

abandono, los años de miseria, los amores frustrados y el terrible camino que esa<br />

mujer había recorrido hasta llegar al punto de desesperanza donde se encontraba. La<br />

recordó cómo era en su juventud, cuando lo deslumbraba con el revoloteo de su pelo,<br />

la sonajera de sus abalorios, su risa de campana y su candor para abrazar ideas<br />

disparatadas y perseguir las ilusiones. Se maldijo por haberla dejado ir y por todo ese<br />

tiempo perdido para ambos.<br />

-Hay que internarla. Sólo una cura de desintoxicación podrá salvarla -dijo-. Sufrirá<br />

mucho -agregó.

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