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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
Isabel Allende<br />
Esteban. Pasaba por ser la dama más elegante, discreta y encantadora de su círculo<br />
social y nadie llegó a sospechar que esa distinguida pareja jamás se hablaba.<br />
Con la nueva posición de Esteban Trueba, aumentó el número de personas que<br />
atender en la gran <strong>casa</strong> de la esquina. Clara no llevaba la cuenta de las bocas que<br />
alimentaba ni de los gastos de su <strong>casa</strong>. Las facturas iban directamente a la oficina del<br />
senador Trueba en el Congreso, quien pagaba sin preguntar, porque había descubierto<br />
que mientras más gastaba, más parecía aumentar su fortuna y llegó a la conclusión<br />
que no sería Clara, con su hospitalidad indiscriminada y sus obras de caridad, quien<br />
consiguiera arruinarlo. Al principio, tomó el poder político como un juguete nuevo.<br />
Había llegado a la madurez convertido en el hombre rico y respetado que juró que<br />
llegaría a ser cuando era un adolescente pobre, sin padrinos y sin más capital que su<br />
orgullo y su ambición. Pero, al poco tiempo comprendió que estaba tan solo como<br />
siempre. Sus dos hijos lo eludían y con Blanca no había vuelto a tener ningún contacto.<br />
Sabía de ella por lo que contaban sus hermanos y se limitaba a enviarle todos los<br />
meses un cheque, fiel al compromiso que había adquirido con Jean de Satigny. Estaba<br />
tan lejos de sus hijos, que era incapaz de mantener un diálogo con ellos sin acabar a<br />
gritos. Trueba se enteraba de las locuras de Nicolás cuando ya era demasiado tarde, es<br />
decir, cuando todo el mundo las comentaba. Tampoco sabía nada de la vida de Jaime.<br />
Si hubiera sospechado que se juntaba con Pedro Tercero García, con quien llegó a<br />
desarrollar un cariño de hermano, seguramente le habría dado una apoplejía, pero<br />
Jaime se cuidaba muy bien de hablar de esas cosas con su padre.<br />
Pedro Tercero García había abandonado el campo. Después del terrible encuentro<br />
con su patrón, lo acogió el padre José Dulce María en la <strong>casa</strong> parroquial y le curó la<br />
mano. Pero el muchacho estaba hundido en la depresión y repetía incansablemente<br />
que la vida no tenía ningún sentido, porque había perdido a Blanca y tampoco podría<br />
tocar la guitarra, que era su único consuelo. El padre José Dulce María esperó que la<br />
fuerte contextura del joven le cicatrizara los dedos y luego lo montó en una carretela y<br />
se lo llevó a la reservación indígena, donde le presentó a una vieja centenaria que<br />
estaba ciega y tenía las manos engarfiadas por el reumatismo, pero que aún tenía<br />
voluntad para hacer cestería con los pies. « Si ella puede hacer canastos con las patas,<br />
tú puedes tocar la guitarra sin dedos», le dijo. Luego el jesuita le contó su propia<br />
historia.<br />
A tu edad yo también estaba enamorado, hijo. Mi novia era la muchacha más linda<br />
de mi pueblo. Nos íbamos a <strong>casa</strong>r y ella estaba comenzando a bordar su ajuar y yo a<br />
ahorrar para hacernos una casita, cuando me mandaron al servicio militar. Cuando<br />
volví, se había <strong>casa</strong>do con el carnicero y estaba convertida en una señora gorda.<br />
Estuve a punto de tirarme al río con una piedra en los pies, pero luego decidí meterme<br />
a cura. Al año de tomar los hábitos, ella enviudó y venía a la iglesia a mirarme con<br />
ojos lánguidos. -La risotada franca del gigantesco jesuita levantó el ánimo a Pedro<br />
Tercero y lo hizo sonreír por primera vez en tres semanas-..Para que veas, hijo<br />
-concluyó el padre José Dulce María-,cómo no hay que desesperarse. Volverás a ver a<br />
Blanca el día menos pensado.<br />
Curado del cuerpo y del alma, Pedro Tercero García se fue a la capital con un atadito<br />
de ropa y unas pocas monedas que el cura sustrajo de la limosna dominical. También<br />
le dio las señas de un dirigente socialista en la capital, que lo acogió en su <strong>casa</strong> los<br />
primeros días y luego le consiguió un trabajo como cantante en una peña de bohemios.<br />
El joven se fue a vivir a una población obrera, en un rancho de madera que le pareció<br />
un palacio, sin más mobiliario que un somier con patas, un colchón, una silla y dos<br />
cajones que le servían de mesa. Desde allí promovía el socialismo y rumiaba su<br />
disgusto de que Blanca se hubiera <strong>casa</strong>do con otro, negándose a aceptar las<br />
explicaciones y las palabras de consuelo de Jaime. Al poco tiempo había dominado la<br />
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