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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />

131<br />

Isabel Allende<br />

Blanca se tragó el hipo y se sonó la nariz.<br />

-¿Cómo lo sabe, mamá? -preguntó.<br />

-Porque lo soñé -respondió Clara.<br />

Eso fue suficiente para tranquilizar a Blanca por completo. Se secó las lágrimas,<br />

enderezó la cabeza y no volvió a llorar hasta el día en que murió su madre, siete años<br />

más tarde, a pesar de que no le faltaron dolores, soledades y otras razones.<br />

Separada de su hija, con quien siempre había estado muy unida, Clara entró en otro<br />

de sus períodos confusos y depresivos. Continuó haciendo la misma vida de antes, con<br />

la gran <strong>casa</strong> abierta y siempre llena de gente, con sus reuniones de espiritualistas y<br />

sus veladas literarias, pero perdió la capacidad de reírse con facilidad y a menudo se<br />

quedaba mirando fijamente al frente, perdida en sus pensamientos. Intentó establecer<br />

con Blanca un sistema de comunicación directa que le permitiera obviar los atrasos del<br />

correo, pero la telepatía no siempre funcionaba y no había seguridad de la buena<br />

recepción del mensaje. Pudo comprobar que sus comunicaciones se embrollaban por<br />

interferencias incontrolables y se entendía otra cosa de lo que ella había querido<br />

transmitir. Además, Blanca no era proclive a los experimentos psíquicos y a pesar de<br />

haber estado siempre muy cerca de su madre, jamás demostró ni la menor curiosidad<br />

por los fenómenos de la mente. Era una mujer práctica, terrenal y desconfiada, y su<br />

naturaleza moderna y pragmática era un grave obstáculo para la telepatía. Clara tuvo<br />

que resignarse a usar los métodos convencionales. Madre e hija se escribían casi a<br />

diario y su nutrida correspondencia reemplazó por varios meses a los cuadernos de<br />

anotar la vida. Así se enteraba Blanca de todo lo que ocurría en la gran <strong>casa</strong> de la<br />

esquina y podía jugar con la ilusión de que todavía estaba con su familia y que su<br />

matrimonio era sólo un mal sueño.<br />

Ese año los caminos de Jaime y Nicolás se distanciaron definitivamente, porque las<br />

diferencias entre ambos hermanos eran irreconciliables. Nicolás andaba esos días con<br />

la novedad del baile flamenco, que decía haberlo aprendido de los gitanos en las<br />

cuevas de Granada, aunque en realidad nunca había salido del país, pero era tal su<br />

poder de convicción, que hasta en el seno de su propia familia comenzaron a dudar. A<br />

la menor provocación, ofrecía una demostración. Saltaba sobre la mesa del comedor,<br />

la gran mesa de encina que había servido para velar a Rosa muchos años antes y que<br />

Clara había heredado, y comenzaba a batir palmas como un desenfrenado, a zapatear<br />

espasmódicamente, a dar saltos y gritos agudos hasta que conseguía atraer a todos<br />

los habitantes de la <strong>casa</strong>, algunos vecinos y en una ocasión a los carabineros, que<br />

llegaron con los palos desenfundados, embarrando las alfombras con las botas, pero<br />

que terminaron como todos los demás, aplaudiendo y gritando olé. La mesa resistió<br />

heroicamente, aunque al cabo de una semana tenía la apariencia de un mesón de<br />

carnicería usado para descuartizar becerros. El baile flamenco no tenía ninguna utilidad<br />

práctica en la cerrada sociedad capitalina de entonces, pero Nicolás puso un discreto<br />

anuncio en el periódico anunciando sus servicios como maestro de esa fogosa danza.<br />

Al día siguiente tenía una alumna y a la semana se había corrido el rumor de su<br />

encanto. Las muchachas acudían en pandillas, al comienzo avergonzadas y tímidas,<br />

pero él comenzaba a revolotearles alrededor, a zapatearles enlanzándolas por la<br />

cintura, a sonreírles con su estilo de seductor y al poco rato conseguía entusiasmarlas.<br />

Las clases fueron un éxito. La mesa del comedor estaba a punto de deshacerse en<br />

astillas, Clara empezó a quejarse de jaqueca y Jaime pasaba encerrado en su<br />

habitación tratando de estudiar con dos bolas de cera en las orejas. Cuando Esteban<br />

Trueba se enteró de lo que ocurría en la <strong>casa</strong> durante su ausencia, montó en justa y<br />

terrible cólera y prohibió a su hijo usar la <strong>casa</strong> como academia de baile flamenco o de

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