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La <strong>casa</strong> de los espíritus<br />
23<br />
Isabel Allende<br />
A mediodía comenzó el desfile de familiares, amigos y conocidos a dar el pésame y<br />
acompañar a los Del Valle en su duelo. Se presentaron en la <strong>casa</strong> hasta sus más<br />
encarnizados enemigos políticos y a todos Severo del Valle los observó fijamente,<br />
procurando descubrir en cada par de ojos que veía, el secreto del asesino, pero en<br />
todos, incluso en el presidente del Partido Conservador, vio el mismo pesar y la misma<br />
inocencia.<br />
Durante el velorio, los caballeros circulaban por los salones y corredores de la <strong>casa</strong>,<br />
comentando en voz baja sus asuntos de negocios. Guardaban respetuoso silencio<br />
cuando se aproximaba alguien de la familia. En el momento de entrar al comedor y<br />
acercarse al ataúd para dar una última mirada a Rosa, todos se estremecían, porque<br />
su belleza no había hecho más que aumentar en esas horas. Las señoras pasaban al<br />
salón, donde ordenaron las sillas de la <strong>casa</strong> formando un círculo. Allí había comodidad<br />
para llorar a gusto, desahogando con el buen pretexto de la muerte ajena, otras<br />
tristezas propias. El llanto era copioso, pero digno y callado. Algunas murmuraban<br />
oraciones en voz baja. Las empleadas de la <strong>casa</strong> circulaban por los salones y los<br />
corredores ofreciendo tazas de té, copas de coñac, pañuelos limpios para las mujeres,<br />
confites caseros y pequeñas compresas empapadas en amoníaco, para las señoras que<br />
sufrían mareos por el encierro, el olor de las velas y la pena. Todas las hermanas Del<br />
Valle, menos Clara, que era todavía muy joven, estaban vestidas de negro riguroso,<br />
sentadas alrededor de su madre como una ronda de cuervos. Nívea, que había llorado<br />
todas sus lágrimas, se mantenía rígida sobre su silla, sin un suspiro, sin una palabra y<br />
sin el alivio del amoníaco porque le daba alergia. Los visitantes que llegaban, pasaban<br />
a darle el pésame. Algunos la besaban en ambas mejillas, otros la abrazaban<br />
estrechamente por unos segundos, pero ella parecía no reconocer ni a los más íntimos.<br />
Había visto morir a otros hijos en la primera infancia o al nacer, pero ninguno le<br />
produjo la sensación de pérdida que tenía en ese momento.<br />
Cada hermano despidió a Rosa con un beso en su frente helada, menos Clara, que<br />
no quiso aproximarse al comedor. No insistieron, porque conocían su extrema<br />
sensibilidad y su tendencia a caminar sonámbula cuando se le alborotaba la<br />
imaginación. Se quedó en el jardín acurrucada al lado de Barrabás, negándose a<br />
comer o a participar en el velorio. Sólo la Nana se fijó en ella y trató de consolarla,<br />
pero Clara la rechazó.<br />
A pesar de las precauciones que tomó Severo para acallar las murmuraciones, la<br />
muerte de Rosa fue un escándalo público. El doctor Cuevas ofreció, a quien quiso oírlo,<br />
la explicación perfectamente razonable de la muerte de la joven, debida, según él, a<br />
una neumonía fulminante. Pero se corrió la voz de que había sido envenenada por<br />
error, en vez de su padre. Los asesinatos políticos eran desconocidos en el país en<br />
esos tiempos y el veneno, en cualquier caso, era un recurso de mujerzuelas, algo<br />
desprestigiado y que no se usaba desde la época de la Colonia, porque incluso los<br />
crímenes pasionales se resolvían cara a cara. Se elevó un clamor de protesta por el<br />
atentado y antes que Severo pudiera evitarlo, salió la noticia publicada en un periódico<br />
de la oposición, acusando veladamente a la oligarquía y añadiendo que los<br />
conservadores eran capaces hasta de eso, porque no podían perdonar a Severo del<br />
Valle que, a pesar de su clase social, se pasara al bando liberal. La policía trató de<br />
seguir la pista a la garrafa de aguardiente, pero lo único que se aclaró fue que no tenía<br />
el mismo origen que el cerdo relleno con perdices y que los electores del Sur no tenían<br />
nada que ver en el asunto. La misteriosa garrafa fue encontrada por casualidad en la<br />
puerta de servicio de la <strong>casa</strong> Del Valle el mismo día y a la misma hora de la llegada del<br />
cerdo asado. La cocinera supuso que era parte del mismo regalo. Ni el celo de la<br />
policía, ni las pesquisas que realizó Severo por su cuenta a través de un detective<br />
privado, pudieron descubrir a los asesinos y la sombra de esa venganza pendiente ha